Bruno, el hereje que divinizó al amor

 
...la mariposa avanza hacia la llama,
el ciervo hacia la flecha y el unicornio hacia el lazo que lo atrapa,
pero para el amante esa llama es el ardiente deseo de cosas divinas,
esa flecha es la impresión del rayo de la belleza

De los heroicos furores . G. Bruno

Giordano Bruno (1548-1600) es conocido especialmente por por su carácter indócil y sus actos de desafío a la autoridad. Fue esta especial personalidad la que hizo de él un hereje, que se enfrentaba al orden establecido a favor de la libre investigación. Pero, hay mucho más en este personaje histórico que le hace especialmente interesante.

Bruno fue una de las grandes figuras intelectuales del Renacimiento. Practicando tanto la filosofía y la magia como la especulación filosófica, este genio vio en el amor la fuerza aglutinante del cosmos e incorporó a su cosmología una concepción platónica del mismo.  Su pensamiento estaba vinculado a su especial carácter e indudable valentía, hizo del amor su misma divinidad. Así pues, repasar los motivos de su herejía y su filosofía, con ello, resulta apasionante por la originalidad de la misma.

Un monje revolucionario

Fue en junio de 1565 cuando Bruno ingresó en la Orden de los Dominicos, en el monasterio de Santo Domingo Mayor de Nápoles. No se imaginaba el grupo el revuelo que causaría este personaje en la misma. Solo tenía quince años cuando ingresó, y no necesitó pasar allí mucho tiempo para hacer notar su carácter indomable. Por ejemplo, quitó de su celda los cuadros de vírgenes y santos y dejó tan sólo un crucifijo en la pared, y en otra ocasión le dijo a un novicio que no leyera un poema devoto sobre la Virgen.

¿Qué pretendía el joven con este comportamiento? Nada en concreto, que sepamos. Simplemente hacía y decía lo que pensaba, el problema era que su pensamiento chocaba con el de la mayoría.

No obstante, tales gestos podían considerarse sospechosos de protestantismo, en unos años en que la Iglesia perseguía duramente en Italia a todos los seguidores de Lutero y Calvino. De hecho, Bruno fue denunciado por ello a la Inquisición. Sin embargo, la acusación no tuvo consecuencias y Bruno pudo seguir con sus estudios. Así pues, a los 24 años fue ordenado sacerdote y a los 28 obtuvo su licenciatura como lector de teología en su convento napolitano.

Bruno podría haber llevado una vida tranquila dedicada al estudio o como profesor de teología. Pero la curiosidad y las ganas de aprender vencieron a la idea de una vida apacible. Así que empezó a leer obras prohibidas, como la de Erasmo, y a acercarse a la ciencia con ansias de saber. Trató por igual las ideas de los alquimistas como de propuestas como la de Copérnico. Ingredientes perfectos, en aquella época, para forjar la herejía.

Nacida la herejía, comienza la carrera

La brillante mente de Bruno dio lugar a ideas enormemente atrevidas, que ponían en cuestión la doctrina filosófica y teológica oficial de la Iglesia. Como ejemplo basta recordar que rechazaba que la Tierra fuese el centro del Cosmos, como Copérnico. Pero por si eso fuese poco, además se atrevía a concebir un universo infinito, donde creía posible la existencia de otros mundos con seres que tuviesen sus propios dioses. Bruno hablaba de extraterrestres, lo cual era inaceptable para muchos.

Además, también defendía una concepción materialista de la realidad, según la cual todos los objetos se componen de átomos que se mueven por impulsos, lo cual tenía como consecuencia que era absurdo distinguir entre materia y espíritu. Lo más atrevido de todo esto es el hecho de que Bruno no dudaba en mantener acaloradas discusiones con sus compañeros de orden sobre estos temas. No debe sorprendernos, por tanto, que en 1575 fuese acusado de herejía ante el inquisidor local. Sin ninguna posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa, decidió huir de Nápoles. Y así, de una filosofía herética comenzó una vida errante, caracterizaba por la huida de los que le perseguían, que no eran pocos.

Un errante conocido

Bruno, a partir de entonces, iba de una ciudad a otra con la Inquisición pisándole los talones. En los siguientes cuatro años pasó por Roma, Génova, Turín, Venecia, Padua y Milán.

Bruno conoció en sus viajes a pensadores, filósofos y poetas que se sintieron atraídos por sus ideas y se convirtieron en verdaderos amigos, al tiempo que le ayudaron en la publicación de sus obras. Tras pasar un tiempo en Ginebra, Lyon y Toulouse, en 1581 llegó a París. Su fama le precedía y enseguida fue aceptado en grupos influyentes. Finalmente el hereje se había convertido en un fenómeno entre los intelectuales, reconocido como genio y hereje a partes iguales en su tiempo.

No es para menos, las ideas de Bruno abarcaban numerosos ámbitos filosóficos, que a veces gustaban por el sentido común de las mismas y en otras por lo bella y atractivas que eran. Entre estas últimas destacaré aquí su concepción del amor que expone en su doctrina mágica, pues el mago podía servirse de la fuerza erótica del cosmos para manipular y atraer. Curiosa idea teniendo en cuenta que hablamos de un espíritu científico, pero los tiempos eran otros.

Vínculo de Vínculos

Giordano Bruno creía que el amor era el vínculo de vínculos (vinculum quippe vinculorum amor est) que mantenía unido todo el universo y que podía usarse para atraer cualquier cosa. Ya que una de las preguntas más acusada de su tiempo entre los científicos era “¿qué energía es la que mueve la realidad si no es Dios?” Bruno no tuvo miedo a proponer una respuesta, tan bella como atrevida.

En la línea de los filósofos platónicos, consideraba que Eros era el “daemon magnus“, el espíritu supremo que magnetizaba el cosmos, y la primera entre las divinidades. Ciertamente era un pensamiento herético, pero que ganó tantos adeptos como detractores.

En su libro Sobre los vínculos en general, Bruno escribe: “En todas las cosas hay una fuerza divina, esto es, el amor, el padre en sí mismo, la fuente, el océano divino de todo los vínculos”. Es por este vínculo, añade Bruno, que las cosas inferiores se elevan hacia las superiores. En esto Bruno hacía eco de la noción neoplatónica de una jerarquía del ser, en un cosmos en el que el alma debía escalar, como si fuere, y emprender un retorno impulsado por el amor y el conocimiento hacia la inteligencia divina. 

A partir de aquí Bruno diferenciará entre el amor espiritual del mero eros animal. En definitiva, para Bruno, no es lo mismo el amor heroico que tiende a lo espiritual o que toma lo material como plataforma hacia lo espiritual. Así, el amor aparece como una fuerza délfica que es la semilla del la divinidad en el propio ser humano.

Como vemos, pues, la herejía de Bruno iba mucho más allá de la física, el propuso una metafísica que también chocaba con las ideas cristianas. Su huida, por tanto, era inevitable.

El fin de la carrera

Ideas como las expuestas hicieron de su vida un constante errar, para evitar ser apresado. Pues, siendo fiel a las mismas, no se planteaba siquiera retractar sus palabras. Así, además de los países citados la carrera de bruno, con la Inquisición detrás y Europa entera admirándole, continuó por París, Wittenberg, Praga, Helmstedt, Fráncfort y Zúrich.

En final de la huida llegó a raíz de recibir una carta estando en Fráncfort. Le escribía un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras. En la carta le invitaba a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a cambio de grandes recompensas. Sus amigos advirtieron a Bruno de los riesgos de volver a Italia, pero el filósofo aceptó la oferta y se trasladó a Venecia a finales de 1591. Allí, durante un tiempo, disfrutó del intercambio de ideas entre intelectuales del lugar.

Todo iba bien hasta que el 23 de mayo del año 1592, al amanecer, Mocenigo entró en la habitación de Bruno con algunos gondoleros, que sacaron al filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro. Al día siguiente llegó un grupo de soldados y una orden de la Inquisición Veneciana para arrestar a Bruno y confiscar todos sus bienes y libros. La vida errante del genio había acabado, pero antes de llegar al final tuvo tiempo para importunar algo más con su palabra.

Sin más autoridad que sus ideas

Tres días después de ser arrestado comenzó el juicio. El primero en hablar fue el acusador, Mocenigo, que trabajaba desde hacía algunos años para la Inquisición. Reconoció que había tendido una trampa a Bruno y proporcionó una larga lista de ideas heréticas que había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de su propia invención. Cuando Bruno fue interrogado, explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que “el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no dispute la autoridad divina”. Así, su palabra seguía estando al servicio del saber, a pesar de la dramática situación en la que se encontraba.

Fue en febrero de 1593 cuando quedó en manos de la Inquisición Romana. El filósofo pasó siete años en la cárcel de la Inquisición en Roma, junto al palacio del Vaticano.

Estuvo en prisión hasta el año 1599, en el que volvió a negar a retractarse y los inquisidores le ofrecieron cuarenta días para reflexionar. Éstos se convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento. Bruno era un fenómeno con numerosos admiradores, con cierto reconocimiento social, a pesar de esa vida de huida. ¿Quién se atrevía a firmar su condena? De momento, nadie.

La llama del saber

El 21 de diciembre de 1599 de nuevo tuvo que presentarse ante en tribunal de la Inquisición, pero, de nuevo, estuvo firme en su negativa a retractarse. Finalmente, el 4 de febrero de 1600 se leyó la sentencia. Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de Libros Prohibidos.

Al mismo tiempo, la Inquisición transfirió al reo al tribunal secular de Roma para que castigara su delito de herejía “sin derramamiento de sangre”. Esto implicaba que debía ser quemado vivo. Tras oír la sentencia Bruno dijo: “El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla”.

El final llegó el 19 de febrero, a las cinco y media de la mañana, Bruno fue llevado al lugar de la ejecución, el Campo dei Fiore. Allí le esperaba la hoguera. Cuenta la leyenda que ardió mientras se negaba besar un crucifijo, había cambiado de dios entonces, ahora su divinidad era el amor. Sin embargo, a pesar del fuego que acabó con su vida, si algo mostraba su actitud es que la llama que no pudo apagarse es la de su amor a la sabiduría, por lo que se mantuvo siempre fiel a ella.

Raquel Moreno Lizana.