Camus y el Suicidio. La esperanza es para rebeldes.

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.

Albert Camus.

El malentendido (Le Malentendu en su título original) es una obra de teatro en tres actos del autor francés Albert Camus, estrenada en 1944. En esta obra, Camus nos lanza a través de uno de sus personajes, Marta, la cita con la que empieza este artículo. Y con ello nos introduce en la compleja reflexión del suicidio, que se extenderá a otras de sus obras.

Un asunto oscuro pero del que todo ser humano se hace múltiples preguntas. ¿Por qué se suicida la gente? ¿Es suicidarse una solución? ¿Suicidarse es de valientes o de cobardes? 

Camus también pensó en este asunto, y con él nos preguntamos, ¿suicidarse es lógico o es absurdo? El filósofo francés que nos habló de la vida como un absurdo inevitablemente hubo de enfrentarse a esta difícil cuestión.

CAMUS Y EL ABSURDO DE LA VIDA

En su obra, El mito de Sísifo, Camus define al absurdo como el silencio con el que el mundo responde cuando se le pregunta por su sentido.

Todos buscamos nuestro lugar en el mundo y el sentido de nuestra existencia. Es por ello que la razón humana busca respuestas coherentes y racionales. Pero la realidad calla. No hay respuestas definitivas a la pregunta por el sentido de nuestra existencia.

Quizá el mundo carece de ellas. Con ello nos enfrentamos a una realidad que no es blanca, ni negra, ni profunda, ni superficial…La realidad simplemente es; y estamos inmersos en ella sin saber el motivo.

VENTAJA DE UNA VIDA ABSURDA

 Cuando nos hacemos preguntas por su sentido cualquier adjetivo que le acompañe surgirá como el producto de la interpretación lógica que realizará cada cual desde su perspectiva.

Esto deja al mundo en una especie de estado ambiguo; las posibilidades que nos deja son infinitas, pero la trascendencia detrás de ellas es nula. Pues, si la vida es absurda nada tiene importancia.

La existencia es lo que uno quiera y pueda construirse, pero hágase lo que se haga, no se escapa del hecho de que la muerte nos espera, y de que nunca existirá una diferencia trascendente para el universo entre estar admirando el amanecer desde una terraza o entre luchar por la libertad de un pueblo durante toda la vida.

La vida es absurda, el sentido nos lo inventamos. Es por ello que cualquier cosa que hagamos es indiferente ante una realidad que calla cuando es interrogada.

Así, los esfuerzos realizados por el ser humano para encontrar el significado absoluto y predeterminado de la vida dentro del universo fracasarán finalmente debido a que no existe tal significado.

ENTENDER Y ACEPTAR

Entender el mundo de esta forma es alcanzar un estado de lucidez. Aceptar la contingencia de nuestra vida.

Cuando preguntamos por el sentido de la realidad, de nuestra vida, y la respuesta es el silencio es cuando nos percatamos del absurdo del que nos habla Camus.

El absurdo es un exceso de conciencia, y como tal cambia el espectro de vida. Apreciar el mundo a través de las gafas de lo absurdo transforma aquellas cosas que antes parecían tener sentido en algo contingente y sin importancia.

Y es ese el problema con el absurdo; nada importa después de él, puesto que, pase lo que pase, será inevitable que muramos algún día, y que nuestras acciones, que mucha o poca trascendencia pudieron tener sobre algunos hombres, se desvanecerán con el tiempo. Si tal cuestión es así, entonces, ¿por qué no acelerar el proceso de muerte? ¿Será el suicidio una salida?

Camus se lo plantea en su obra El mito de Sísifo, que comienza de la siguiente manera:

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación

El mito de Sísifo. Albert Camus

EL SUICIDIO FRENTE AL ABSURDO

Camus postula el suicidio como una posible solución a lo absurdo. Pensemos en que cuando algo pierde el sentido la reacción más humana es, habitualmente, abandonarlo.

Imaginemos un equipo de fútbol (deporte que el mismo Camus practicó) que va perdiendo por treinta y cinco goles a falta de un minuto de pitarse el final. ¿Vale la pena seguir jugando, aún cuando se ha perdido toda garantía y esperanza de ganar? El fútbol, un deporte que el mismo Camus consideraba hermoso, pierde su sentido en una situación como la descrita.

Sin embargo cabe preguntarse, ¿que el mundo o una situación concreta no tenga sentido no significa que no valga la pena ser vivida?

Abandonar el partido o suicidarse, es ceder ante el absurdo. La opción del suicidio frente al absurdo de nuestra existencia es perder la oportunidad de vivir.

Desde esta perspectiva, suicidarse es un desprestigio a la vida y a sus posibilidades, por más intrascendentes que sean.  Lejos de ser un acto de valentía, equivale a un escape engañoso.

De esta manera, suicidarse es evadir el problema, no enfrentarlo. Si a la realidad le es indiferente nuestra vida también le es nuestra muerte, sea voluntaria o repentina, pronta o duradera.

Por ello, postular el suicido como solución ante lo absurdo hace parecer a Camus como un gran pesimista o fatalista, pero nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que ahondar en la importancia del suicido desde el punto de vista filosófico llama la atención éste no es esto el eje central de su pensamiento.

Camus primero pretende el suicidio como solución, pero luego lo repudia y lo descarta, pues el suicidio no es una consecuencia lógica del absurdo. Sino otro absurdo frente a la realidad silenciosa ante nuestros problemas existenciales. ¿Hay alguna otra salida entonces?

CAMUS Y EL SUICIDIO FILOSÓFICO

Una “solución” frente a la agonía que provoca saberse un absurdo en medio de un universo silencioso es buscar a Dios. Si nada tiene sentido, una figura trascendente, superior a nosotros es el único conocedor de todo. Dios guarda un sentido que nosotros desconocemos.

Podría ser un consuelo para muchos, pero no para Camus. El filósofo francés repudia la solución teísta del religioso, como lo es la de Kierkegaard.

De hecho, para Camus la falta de sentido del mundo, el divorcio que nace entre la conciencia y la realidad, se explican en el hecho de que Dios no existe, por lo que se carece de un punto de vista que lo dictamine.

Para Camus, responder con “Dios” a todas las preguntas universales no cura del absurdo al lúcido; más bien supone la muerte de la lucidez.

Para el filósofo del absurdo no existe garantía de la existencia de Dios; las revelaciones, las cuestiones espirituales y demás hechos divinos están basados en sensaciones que cuentan con un gran margen de subjetividad e incertidumbre.

Esto hace que la creencia en Dios no sea suficientemente racional. Camus es incapaz de dar el salto de fé que pide Kierkegaard cuando busca el sentido de la existencia.

De hecho, ese salto a la fé es a lo que Camus llama el suicidio filosófico, y lo entiende como la aniquilación total de la razón. Esto supondría, al igual que en el suicidio, no responder la pregunta ni enfrentarla, sino más bien evadirla. Incluso es, en cierta forma, cultivar la irracionalidad. Esta opción equivaldría a deshacerse de la evidencia con la que el absurdo nos embiste. Nos deshacemos de ella por no saber cómo manejarla.

Aún así, esto no hace a Camus ateo del todo. Debemos pensar en Camus como un ser que ante el absurdo quiere creer, pero no se encuentra convencido. Por lo tanto, el planteamiento de la fé no es suficiente.

¿QUÉ NOS QUEDA FRENTE AL ABSURDO?

Siendo así, sin el suicidio y sin Dios. ¿Qué consuelo nos queda frente al absurdo? ¿Hay algo de esperanza? Y así volvemos a la pregunta que nos lleva al suicidio. ¿Por qué seguir viviendo ante este sin sentido?

Frente a estas dudas, Camus revela que el absurdo no puede ser un final, sino más bien un comienzo.

Al absurdo le surgen dos respuestas; el suicidio o la esperanza, y es de esta última de la cual decide hacer apología.

A partir de la lucidez que nace de enfrentarse a la falta de sentido del mundo, el ser humano puede asumir de una forma distinta su existencia. Es cierto que el universo es humanamente indigerible por su dimensión, y por su condición absurda, y por lo minúsculo del cada uno de nosotros ante él. Somos una grano de arena en la inmensidad de una playa de dimensiones ni imaginables para nosotros. Sin embargo, ese hecho evidente no elimina al ser humano la ilusión de encontrarse o hacer siempre algo mejor.

Y es que la vida humana, aunque absurda, hace de cada uno de nosotros un ser de posibilidades, y la esperanza es una más de ellas. Pero, la esperanza cuenta con la diferencia de que puede inyectarle sentido a la existencia a través de la expectativa. Aunque el sentido sea inventado y dependiente de cada cual.

Es así por tanto que la vida como absurda se presenta como la posibilidad de ser creativos con nosotros mismos. Ese silencio de la realidad cuando es interrogada puede ser rellenado con el sonido que elijamos. El absurdo, por tanto, nos hace libres y presente un amplio campo de posibilidades.

LA ESPERANZA FRENTE AL SUICIDIO

El suicidio no es el camino a seguir porque desvaloriza las cosas de la vida. El hombre esperanzado valora lo que le rodea. La heroicidad es quedarse viviendo aún sabiendo que le somos indiferentes al mundo.

Es por eso que Camus rememora a Sísifo. El protagonista de un mito griego que sigue de actualidad. Sísifo es un hombre cuyo castigo es empujar una piedra hasta la cima de una montaña, para luego verla caer y buscarla de nuevo, repitiendo esta misma acción durante toda de la eternidad.

Los hombres no son distintos de Sísifo. Vivir, no en el simple acto, sino con todo lo que involucra en una vida tan construida, no es muy diferente a empujar la piedra por el resto de nuestra vida hasta que la muerte nos separe de ella o hasta que ésta nos arrolle. Sin embargo, Sísifo, ante tal condena eterna, puede que sea feliz a veces, o así lo piensa Camus.

IMAGINAR A SÍSIFO FELIZ

El mismo filósofo nos dice que cuando, al fin, el protagonista de este mito llega a la cima de la montaña y suelta la piedra tiene un instante de felicidad. Sabe que el paisaje está ahí, aunque no lo vea (a Sísifo los dioses también lo castigaron quitándole la vista). Esa misma circunstancia es la nuestra.

Vivimos en la rutina, cargando el peso de nuestra existencia, pero hay instantes, pequeños, que hacen que el camino y la carga nos renueven de energía y, con ello, tengamos fuerzas para enfrentarnos al sinsentido en el que estamos inmersos.

Así, los pequeños instantes nos salvan, como a Sísifo. Al fin y al cabo todos nosotros podemos encontrar placer en una actividad inútil, que nos hace ser nosotros mismos y nos mantiene esperanzados saber que lo que hace depende de nosotros. Solo por ello, el suicidio no es salida, a pesar de la falta de sentido de nuestra existencia. Ya que ese vacío puede ser llenado con instantes que creamos a partir de enfrentarlo. Por ello Camus nos habla así de Sísifo, y con ello de nosotros:

“Toda la alegría de Sísifo está ahí. Su destino no le pertenece. Su roca es suya. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos (…) El hombre absurdo dice ‘sí’ y todos sus esfuerzos ya no tendrán término. No hay un esfuerzo personal, pero sabe que es dueño de sus días”

CAMUS, Albert: El mito de Sísifo, Editorial Losada, S. A., Buenos Aires, 1953, pág. 61

LA ESPERANZA ES PARA REBELDES

Es así que enfrentarnos al absurdo de nuestra existencia es una oportunidad de despertar. Con ello vemos que la intrascendencia del ser humano ante el absurdo es lo más trascendente que puede ocurrirle. Lo más revelador para cada uno de nosotros.

Sin embargo, es cierto que no necesitamos eso para ser feliz, al menos, según Camus. Es por ello que el Nobel francés nos dice en su obra que:

“Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí sólo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.

CAMUS, Albert: El mito de Sísifo, Editorial Losada, S. A., Buenos Aires, 1953, pág. 61.

Y con ello sabemos que habla de alguien más que Sísifo. Camus habla realmente de nosotros.

Es así que podemos resignarnos a no vivir la vida, pero también podemos atrevernos a vivirla a pesar de lo absurdo de la misma. Y, precisamente, en esto último consiste la esperanza, en no evadir ni escapar, sino en aceptar y vivir pese a ello.

Cierto que no es lo mismo ignorar el absurdo y vivir la vida, que vivirla consciente de lo absurdo de la misma. Pero mantener la esperanza es sostener una actitud de rebeldía ante la vida; con ello nos negamos a caer en la trampa que el absurdo arroja.

Es así que ante el debate del suicidio Camus nos recuerda que la esperanza es para rebeldes y valientes. Pero no una esperanza metafísica, sino en nuestra propia capacidad para coger fuerzas y disfrutar de los pequeños instantes que vivimos en la cima de nuestra particular montaña.

Raquel Moreno Lizana.