Un cuento de Hesse y nuestra mente simbólica

Poco cabe dudar de la maestría de Hermann Hesse en el arte de la escritura. Nos ha deleitado con obras como Demian, Siddhartha o El juego de los abalorios. Pero también caben destacar sus cuentos, que a través de la narración breve provocan la reflexión tanto como lo hacen sus obras maestras. Hoy les traemos precisamente uno de esos pequeños cuentos, en el cual el autor nos invita a reflexionar sobre nuestra capacidad simbólica, dejando de manifiesto que el ser humano, más que conocedor de la realidad, es un intérprete de la misma.

Cuento. “Conversación con la estufa”

Está ante mí, corpulenta, panzuda, con las grandes fauces llenas de fuego. Se llama Franklin…

-¿Eres tú Benjamín Franklin?- le pregunté.

-No, sólo Franklin, Francolino. Soy una estufa italiana, una excelente invención. No caliento mucho, pero como invento, como producción de una industria muy desarrollada…

-Sí, ya lo sé. Todas las estufas con nombres hermosos calientan mucho, todas son invenciones excelentes, algunas son productos gloriosos de la industria, como se demuestra en los prospectos. Yo las aprecio mucho, merecen admiración. Pero dime, Franklin, ¿cómo es que una estufa italiana lleva un nombre americano? ¿No es esto extraño?

-No, esto es un secreto, ¿sabes? Los pueblos cobardes tienen canciones populares en que se ensalza el valor. Los pueblos sin amor tienen obras teatrales en que se glorifica al amor. Así nos sucede también a nosotras, las estufas. Una estufa italiana tiene, la mayoría de las veces, un nombre americano, como una estufa alemana tiene, casi siempre, un nombre griego. Son alemanas y no son mejores que yo en nada, pero se llaman Eureka o Fénix o Despedida de Héctor. Esto despierta grandes recuerdos. Por eso me llamo Franklín. Soy una estufa, pero también podía ser un estadista. Tengo una gran boca, caliento poco, escupo humo por un tubo, tengo un buen nombre y despierto grandes recuerdos. Así soy.

-Es cierto -dije yo-; siento gran admiración por usted. Puesto que es usted una estufa italiana, ¿podrían asarse castañas en usted, verdad?

-Ciertamente que sí; cualquiera es libre de hacerlo. Es un pasatiempo que a muchos agrada. Otros hacen versos o juegan al ajedrez. Es cierto que se pueden asar castañas en mí. Es verdad que se queman y no hay quien las coma, pero en eso reside el pasatiempo. Los hombres no aman nada tanto como los pasatiempos, y yo soy una obra humana y debo servir al hombre. Cumplimos con nuestro deber, con nuestro sencillo deber; somos monumentos, ni más ni menos.

-¿Monumentos, dice usted? ¿Se consideran ustedes monumentos?

-Todos nosotros somos monumentos. Nosotros, los productos de la industria, somos monumentos de una cualidad que escasea en la Naturaleza y sólo se encuentra en elevada perfección en los hombres.

-¿Qué cualidad es esa, señor Franklin?

-El sentido de lo poco práctico. Yo soy, como muchos de mis semejantes, un monumento de ese sentido. Me llamo Franklin, soy una estufa, tengo una boca grande que devora la madera, y un gran tubo por el que el calor encuentra el camino más rápido para salir al exterior. Tengo, también, lo que no carece de importancia adornos, leones y otras cosas, y tengo algunas llaves que se pueden abrir y cerrar, lo cual causa mucho placer. Esto también sirve de pasatiempo, igual que las llaves de una flauta que el músico puede abrir o cerrar a discreción. -Esto le da la ilusión de que hace algo simbólico, y así es, en efecto.

-Me maravilla usted, Franklin. Es usted la estufa más juiciosa que he visto hasta ahora. Pero acláreme esto ¿Es usted una estufa en realidad o un monumento?

-¡Cuánta pregunta! Ya sabe usted que el hombre es el único ser que da un sentido a las cosas. El hombre es así; yo estoy a su servicio, soy su obra, me limito a señalar los hechos. El hombre es idealista, es un pensador. Para los animales, un roble es un roble, una montaña es una montaña, el viento es viento, y no un hijo del Cielo. Pero para los hombres todo es divino, todo es profundo, todo es simbólico. Todo significa algo enteramente distinto de lo que es. El ser y el parecer están en litigio. La cosa es una antigua invención, creo que se remonta a Platón. Una muerte es una heroicidad, una epidemia es el dedo de Dios, una guerra es una glorificación de Dios, un cáncer de estómago es una evolución. ¿Cómo podría ser una estufa solamente una estufa? No; ella es un símbolo, un monumento, un mensajero. Cierto que parece ser una estufa, y hasta lo es en algún sentido, pero desde su rostro simple le está sonriendo a usted la antiquísima Esfinge. Ella también es portadora de una idea; también es una voz de lo divino. Por eso se la quiere, por eso se la tributa admiración. Por eso calienta poco y sólo accidentalmente. Por eso se llama Franklin.



Conversación con la estufa, Cuentos maravillosos, Hermann Hesse

Mucho más que una estufa. Cuentos maravillosos

Este cuento pertenece a la obra “Cuentos Maravillosos”, cuya lectura aprovechamos para recomendar. Como verá el lector, tenemos en ella algo más que la conversación con una estufa. Cuando en estas líneas, sobre todo al final, el autor pregunta “¿Cómo podría ser una estufa solamente una estufa?” introduce al lector en el mundo del significado. De repente, en una breve narración, Hesse nos plantea que la realidad que nos rodea tiene un carácter simbólico y es dependiente de nuestra capacidad interpretativa más que de su condición material. Una estufa es entonces tal cosa dependiendo del uso humano, así como un martillo se interpreta como tal si se le da el uso de martillear. Esta idea implica cierta concepción fenomenológica sobre cómo conocemos la realidad, siendo la misma dependiente de nuestra mirada humana.

Así pues, a través de la literatura Hesse nos empuja a la reflexión. Sin embargo, como les decía, este no es su único cuento, sino que es uno de los que encontramos en la obra referida, que invitamos a leer si aman la literatura y la reflexión a partes iguales.

Raquel Moreno Lizana.