Del daimon de Sócrates al Mito de la bellota.

“La divinidad no entra en contacto con el hombre, sino que a través de este daimon tiene lugar toda relación y el diálogo entre dioses y hombres, tanto cuando están despiertos como cuando duermen”

Sócrates en “El banquete” de Platón

Cuando condenaron a Sócrates la acusación remitía a dos hechos. Uno, conocido por todos, era el de corromper a los jóvenes, y el otro, menos conocido, era el de introducir dioses nuevos en la ciudad. ¿A qué dioses se referían los que lo acusaban? Realmente a ninguno, pues el verdadero motivo de la condena es lo molesto del que llamaban “el tábano de Atenas”, por su insistencia en fomentar el librepensamiento. Pero la excusa de los dioses si que remite a algo sobre este ilustre pensador, y no es otra cosa que su daimon.

Como se refleja en el texto, lo cierto es que con esta palabra Sócrates no se refería a nuevas divinidades. Más bien acudía a una figura mitológica que hacía de intermediaría entre los dioses y los seres humanos. Este filósofo afirmaba que durante toda su vida escuchó una voz que le aconsejaba en momentos determinados. Muchos estudiosos intentan justificar este hecho por un posible síndrome epiléptico. Y puede que estén en lo cierto. Pero, también lo es que el daimon no es exclusivo de este personaje y que su figura misteriosa ha interesado a otros grandes pensadores como Carl G. Jung.

¿Qué es un daimon?

El daimon (en griego, δαίμων) es un concepto que alude a una figura mitológica de la Grecia Antigua, presente también en otras culturas, y que según el contexto adquiere diferentes significados.

El mismísimo Homero se refiere a él como una especie de genio protector que se ocupa del cuidar el destino de los mortales. Para Hesíodo los daimones eran “Hombres de la Edad de Oro” que por voluntad del gran Zeus tenían la tarea de proteger a los seres humanos.También encontraremos esta figura entre los pitagóricos o en autores como Platón. De todas estas concepciones se desprende un elemento común, y es su carácter intermediario entre los mortales y aquello que los trasciende, así como su relación con el destino personal.

El daimon en otras culturas.

Esta figura mitológica, así como no es exclusiva de Sócrates, tampoco lo es de la cultura griega. De hecho, más bien es una de las más repetidas de la historia, y aún hoy sigue vigente, aunque disfrazado en otros términos.

Mientras los griegos lo llamaban daimon, los romanos le llamaban genio. Por su parte, análoga a esta figura, en la cultura egipcia encontramos el Ba. Y en la atractiva cultura chamánica se nos habla del animal personal, conocido generalmente como Nahual. Todos ellos aluden a una figura difusa que esta ligada a los individuos e intentan acompañarla para cumplir una especie de destino personal.

Esta figura es tan escurridiza que se ha colado incluso en la cultura cristiana. De hecho en la Iglesia católica aparecen los ángeles y arcángeles como estos mediadores. Pero también aparecen los demonios. Y no es casual, de hecho el termino demonio procede de éste personaje precisamente. No por ser maligno, pues el daimon es intercesor entre dos mundos, algo así como un semidios, y tiene atributos tanto destructores como benéficos. Pero el resultado final depende de hasta donde escucharíamos la voz del daimon. Que en una cultura como la nuestra se ha traducido en la voz de la conciencia.

Jung y el daimon

Como vemos entonces, el daimon no es una anécdota en la historia de la filosofía. Más bien es un símbolo que a través de la mitología habla de algo que está presente en todas las culturas, es decir, algo especialmente arraigado en el ser humano. ¿Cómo si no su insistente aparición bajo distintos disfraces?

Es por ello que inevitablemente destacadas figuras intelectuales han querido descifrar que esconde éste extraño personaje, entre los que cabe destacar Jung.

El daimon como arquetipo

Desde la teoría de Carl G.Jung se entiende “lo inconsciente” como aquello que habita en nosotros como una mezcla de aspectos individuales y colectivos. Esta parte secreta de nuestra mente tendría, por así decirlo, un componente heredado culturalmente, una matriz mental que da forma a nuestra manera de percibir e interpretar las experiencias que nos ocurren como individuos.

A grandes rasgos, los arquetipos son patrones que moldean nuestra forma de ver el mundo y se esconden tras representaciones simbólicas, manifestables en la antiguedad a través de la mitología. Éste precisamente sería el caso del daimon. Una figura que, simbólicamente anida en nuestro inconsciente, y que será compartido por todos los seres humanos. Pero, ¿qué es lo que esconde entonces este contenido escondido en el lugar más oscuro de nuestra psique?

Daimon como destino

Si seguimos la hipótesis jungniana detrás del daimon está todo aquello que podemos llegar a ser. Es decir, éste esconde el destino de nosotros mismos. Lo cual es afín a la idea que nos trasmite Sócrates al hablarnos de una figura consejera.

Jung sabe que la vida implica una toma de decisiones constante, a veces con implicaciones nimias y otras modificando todo el sentido de nuestra existencia. Vivimos entre las circunstancias que nos rodean, y a veces dificultan nuestro camino, y esa necesidad de elección. A veces, esta situación lleva a una tensión que deja a la persona en una situación de indecisión que hace asomar un sentimiento de angustia. Es en ese momento significativo en el que aparecería el daimon. No como una fantasmagoría, sino como la fuerza que nos empuja a moldear las circunstancias que nos rodean para poder expresar nuestros deseos más profundos.

Es decir, el daimon se da como una fuerza arquetipal que nos empuja a caminar hacia lo que llamamos destino.

El destino según Jung

Además, Jung consideraba que lo que no se hace consciente en el ámbito psíquico pero se presenta en nuestra vida es interpretado externamente como destino. Así, cuando decimos que el daimon nos empuja a éste no estamos hablando de una concepción determinista. Más bien todo lo contrario, el daimon nos arroja hacia nuestra verdadera libertad.

Esta figura esconde nuestro destino porque con frecuencia huimos de él. Probablemente por miedo al fracaso. Pero ella nos empuja a la realización personal, en ese momento de indecisión se expresa para decirnos hacia donde dirigir nuestras potencialidades.

El mito de la bellota

Una forma sencilla de concretar lo que expresa esta figura es acudir precisamente a otro mito. En esta ocasión no tan antiguo, sino que es usado por la brillante mente de James Hillman, mayor representante de la escuela jungniana y la psicología arquetipal.

Este mito alude a que, igual que la bellota esconde dentro de sí el patrón de un roble, cada persona tiene unas singularidades y potencialidades únicas. Así como la bellota busca desplegarse para convertirse en un bello roble, nosotros manifestamos esas potencialidades a través de lo que llamamos vocación. La vocación anida en nuestro incosnciente, allí viven nuestras aspiraciones. Y el daimon es aquello que nos llama para realizarlas.

Desde la raíces a la propia realización

Según Hillman para responder a la llamada de la vocación, que no debe coincidir necesariamente con los deseos del ego racional, y de hecho no suele hacerlo, es condición previa crecer hacia abajo. Tal y como lo haría esa bellota que aguarda el patrón de un roble, debemos echar raíces para construir un suelo firme en el cual desarrollarnos.

De esta forma, el daimon no es algo externo, sino que vive en nosotros y nos lleva a lo más genuino de nosotros mismos, a perseguir aquello para lo cual de verdad valemos y que quizás aparcamos en favor de una vida más cómoda y acorde con el canon social. Es aventurero, pues nos pide que nos convirtamos en nuestra mejor versión realizando aquello para lo cual estamos hechos, pero sus guiños nos llevan a un destino que seguramente nos hace estar verdaderamente vivos, desarrollando una existencia auténtica.

Diálogo con el daimon

Esta figura mitológica determinará también la psicoterapia jugniana. Y es que, si nuestra potencialidad se esconde en el inconsciente el terapeuta solo debe ayudar al individuo a enfrentarse a su daimon y entablar un diálogo con él, es decir, la tarea está en conocerse a uno mismo. Si la coincidencia con el mensaje socrático (pues el filósofo griego insistía también en ello) es casual es algo que dejo a juicio del lector. Quizás ambos autores escucharon bien a esta atractiva figura que parece que vive dentro de nosotros.

En definitiva, con Jung el daimon no es una entidad metafísica, quizás tampoco lo era para Sócrates, pero si a una manifestación simbólica que nos ayuda a comprender nuestros procesos psicológicos. Con lo cual este misterio socrático anidaría en usted que lee y en esta que escribe, hagamos el silencio entonces y escuchemos que nos tiene que decir. Quizás si identifica el mensaje podrá encontrar el camino hacia su propio destino.

Raquel Moreno Lizana.