La paradoja de la deuda de Protágoras nos lleva a conocer una de las anécdotas más divertidas de la historia antigua. Así como el poder de la palabra, de la mano del sofista, que a veces se manifiesta para bien y otras para mal. Depende de los interesados.
Protágoras, el protagonista de éste artículo, es uno de los sofistas más populares de la Historia de la Filosofía. Conocido por su famosa frase: “El hombre es la medida de todas las cosas”, que muestra una postura relativista acerca del problema de la verdad. Pero, igualmente, es muy conocido por el dominio del arte a palabra.
Sobre ello os hablaré en este escritor, al hilo de una anécdota protagonizada por éste maestro. Una anécdota que nos llevará a reflexionar en torno a lo que hoy conocemos como la paradoja de la deuda de Protágoras.
¿Qué es una paradoja?
La palabra paradoja viene del latin ”paradoxa”. Significa ”contrario al sentido común”. Sin embargo, entre las muchas acepciones que hay de la palabra ”paradoja” la más apropiada a lo que explicaremos hoy es a la siguiente: ”Contradicción, al menos aparente, entres dos causas o ideas”.
Existieron y existen muchas paradojas que suelen ser difíciles de resolver, y algunas de hecho ni siquiera tienen resolución. Los hombres que partieron con estas aporías intelectuales fueron los mismos griegos.
No obstante, con solución o no, lo que está claro es que la paradoja motiva la diversión y la reflexión al mismo tiempo. En éste artículo lo haremos con una para el gusto de las mentes inquietas.
Es conocida como la paradoja de la deuda, y tiene como protagonista al sabio Protágoras. Ésta podría ser, de hecho, una de las paradojas más complicadas de resolver, pues involucra el Derecho, junto con la moral y la justicia.
Historia de la paradoja de la deuda.
Protágoras tomó como alumno a Evatlo, quien estaba muy interesado en las clases del sofista, que era muy conocido por su retórica.
Evatlo no tenía dinero, pero Protágoras le propuso algo: una vez que Evatlo ganara su primer caso en los tribunales éste tendría que pagarle con el dinero todas las lecciones que Protágoras le dio. Evatlo aceptó por lo que inmediatamente comenzaron las clases.
Tiempo después, Evatlo completó los estudios con Protágoras. Pero el alumno, en vez de litigar su primer caso, se dedicó a la música y a las fiestas por lo que no ejercía como abogado.
Protágoras, al ver esta actitud de su alumno lo demandó a los tribunales para de este modo cobrar el dinero que Evatlo le debía.
No obstante, Evatlo le rebatió diciendo que de todas maneras no le daría el dinero. El argumento fue el siguiente:
Si se van a juicio y Evatlo gana el caso, éste no tendría que pagar absolutamente nada pues le darían la razón. Por otro lado, si pierde el caso aún no podría pagarle pues no habría ganado su primer caso todavía (recordemos que esta fue el primer acuerdo entre los dos).
Respuesta de Protágoras
Este era el planteamiento de su alumno Evatlo. Y de alguna forma, tiene toda la razón y por las formas que presenta queda claro que aprendió bien de su ilustre maestro.
Sin embargo, a ésto respondió Protágoras. Cuyo talento no es poco y hacía más difícil el problema. En su caso, argumenta así:
Si Protágoras gana el caso, entonces se le pagara lo que se le debe porque de eso se trata el caso. Por otro lado, si Evatlo gana, este habrá ganado su primer caso por lo que deberá pagarle a Protágoras.
¿Y ahora qué?
Vistos ambos planteamientos ¿quién tiene razón? ¿Protágoras o Evatlo? La decisión es fácil, pero no menos compleja de analizar.
Los tribunales tendrían que fallar a favor de Evatlo para que este ganara su primer caso y le diera el dinero Protágoras. Por otro lado, también se puede argumentar a favor de Evatlo, que Protágoras lo está demandando antes de hacer un juicio, y con esta información los tribunales le darían la razón a Evatlo.
También Protágoras tiene razón al ir a juicio y reclamar una deuda impaga por los servicios prestados.
No obstante, también tenemos un dilema moral que no podemos evitar.
Evatlo ha obrado mal y se aprovechó de la bondadosa oferta de su maestro. Evatlo, por una convicción moral, debería estar litigando y ganar un juicio para luego pagarle a su maestro. No obstante, si el alumno puede reaccionar así es porque se lo ha enseñado el propio maestro que ahora reclama.
Como vemos, el problema no tiene fin, y es complejo saber quién paga a quién.
Lo que sí intuimos es que de existir intermediarios económicos, por encima de estos dos pensadores, ganará la banca, pero esa ya es otra historia.
Raquel Moreno Lizana.