Nicanor Parra es uno de esos personajes del mundo de las letras que usan lo más simple como la herramienta de creación de obras sublimes. En él, el lenguaje coloquial, que usamos todos en nuestro día a día, se presenta como la base de la creación poética, a través de versos que vienen para romper las formas establecidas.
El autor del que os hablo nació en Chile un 5 de septiembre de 1914 y su talento no dejó que su paso por este mundo pasase desapercibido. Físico y poeta (por extraña que parezca la combinación) Nicanor Parra es el creador de una obra que ha ejercido una enorme influencia en la literatura hispanoamericana.
Es por introducir nuevas formas que le valieron para emerger como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo. Concretamente, se le considera el introductor de lo que se conoce como antipoesía (término elegido por él mismo), que supone una nueva forma de poesía caracterizada por ser especialmente rupturista.
La Antipoesía
Estas nuevas maneras de Parra implican una pluma más directa, coloquial y provista incluso de dichos populares. Oponiéndose así a la más generalizada en su país a mediados del siglo XX, cuyo principal referente era otro grande como lo es Pablo Neruda.
Si algo caracteriza esta rompedora antipoesía es sobre todo el peculiar uso del lenguaje, cuyas características se han esbozado en anteriores líneas. Directo, coloquial, ecléctico y en ocasiones narrativo, provisto de frases hechas, con la presencia constante de lugares comunes y tradiciones locales, que pretende adaptarse así a las sucesos históricos y a los nuevos recursos expresivos de movimientos artísticos y sociales emergentes, muchos de ellos difundidos por los medios de comunicación.
Estas características facilitan la empatía cuando el lector se acerca a sus versos, en cuanto que no se envuelve en formas místicas, sino que la cercanía del discurso unida a la belleza lo hace tan accesible como apetecible.
Por si esto fuese poco, es posible afirmar, además, que se trata de un lenguaje subversivo, que asume una función crítica a los tradicionalismos y los grandes relatos, y que desacraliza a la poesía y a la figura del poeta, a través de la ironía, el humor o el sarcasmo, al tiempo que también a través de sensaciones de soledad, alienación social y desamparo. Con ello, lo que Parra llamó antipoesía ilustra fácilmente la decadencia social actual, sirviendo a veces como crítica del mundo que nos rodea a través de cierto tono pesimista.
Interminables influencias
Estas nuevas formas, que surgen de la mano de este autor de manera única y con intencionalidad consciente de lo que hace, maduró y se desarrolló especialmente entre 1949 y 1952, años en que Parra estuvo en Oxford para tomar cursos de cosmología, algo que da una bonita prueba de la mezcolanza de conocimientos que se fundían en el personaje protagonista, tan bella como peculiar.
En Inglaterra, el físico y poeta pudo introducirse en la literatura de autores como Blake, Kafka y Donne, además de en el psicoanálisis freudiano, en las películas de Chaplin y en el surrealismo. Todas estas influencias, sumadas a sus experiencias y reflexiones personales, dieron lugar a esas nuevas técnicas en el manejo del verso y una consciencia acerca de su oficio como poeta, que acabó materializando, ya de regreso en Chile, en su obra Poemas y antipoemas (1954), cuya lectura aprovecho para recomendar.
Antipoema
Aunque el protagonista de esté escrito era dado a la ruptura, seguiré en la línea de los anteriores dedicados a poetas, no hay mejor forma que recordarles e introducirnos en su mente que a través de sus versos. En este caso, elijo un poema que podría ser un cuadro pintado en palabras, titulado Hay un día feliz, de su citada obra Poemas y Antipoemas. En él las imágenes de lo cotidiano se suceden para abrir un cierto mundo de ensueño, bien agradable para el atento lector.
A recorrer me dediqué esta tarde Las solitarias calles de mi aldea Acompañado por el buen crepúsculo Que es el único amigo que me queda. Todo está como entonces, el otoño Y su difusa lámpara de niebla, Sólo que el tiempo lo ha invadido todo Con su pálido manto de tristeza. Nunca pensé, creédmelo, un instante Volver a ver esta querida tierra, Pero ahora que he vuelto no comprendo Cómo pude alejarme de su puerta. Nada ha cambiado, ni sus casas blancas Ni sus viejos portones de madera. Todo está en su lugar; las golondrinas En la torre más alta de la iglesia; El caracol en el jardín, y el musgo En las húmedas manos de las piedras. No se puede dudar, éste es el reino Del cielo azul y de las hojas secas En donde todo y cada cosa tiene Su singular y plácida leyenda: Hasta en la propia sombra reconozco La mirada celeste de mi abuela. Estos fueron los hechos memorables Que presenció mi juventud primera, El correo en la esquina de la plaza Y la humedad en las murallas viejas. ¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe Uno apreciar la dicha verdadera, Cuando la imaginamos más lejana Es justamente cuando está más cerca. Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice Que la vida no es más que una quimera; Una ilusión, un sueño sin orillas, Una pequeña nube pasajera. Vamos por partes, no sé bien qué digo, La emoción se me sube a la cabeza. Como ya era la hora del silencio Cuando emprendí mí singular empresa, Una tras otra, en oleaje mudo, Al establo volvían las ovejas. Las saludé personalmente a todas Y cuando estuve frente a la arboleda Que alimenta el oído del viajero Con su inefable música secreta Recordé el mar y enumeré las hojas En homenaje a mis hermanas muertas. Perfectamente bien. Seguí mi viaje Como quien de la vida nada espera. Pasé frente a la rueda del molino, Me detuve delante de una tienda: El olor del café siempre es el mismo, Siempre la misma luna en mi cabeza; Entre el río de entonces y el de ahora No distingo ninguna diferencia. Lo reconozco bien, éste es el árbol Que mi padre plantó frente a la puerta (Ilustre padre que en sus buenos tiempos Fuera mejor que una ventana abierta). Yo me atrevo a afirmar que su conducta Era un trasunto fiel de la Edad Media Cuando el perro dormía dulcemente Bajo el ángulo recto de una estrella. A estas alturas siento que me envuelve El delicado olor de las violetas Que mi amorosa madre cultivaba Para curar la tos y la tristeza. Cuánto tiempo ha pasado desde entonces No podría decirlo con certeza; Todo está igual, seguramente, El vino y el ruiseñor encima de la mesa, Mis hermanos menores a esta hora Deben venir de vuelta de la escuela: ¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo Como una blanca tempestad de arena!
Raquel Moreno Lizana