Juan Ramón Jiménez. Poesía para atrapar la verdad

A todos nos suena el nombre de Juan Ramón Jiménez, nacido en el pequeño rincón de Moguer, donde vivía su entrañable Platero que nos emocionó a todos siendo niños. Este poeta no sólo invitó a la lectura a un público infantil, sino que el conjunto de su obra es de especial estima. No es extraño por tanto que recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1956.

Cualquier amante de las letras puede disfrutar fácilmente de la belleza de sus versos, es tan evidente, que no será el tema a tratar en este artículo. En este caso pondré el punto de mira en otra evidencia que destaca en la obra de este genio. Hacer de los versos la semilla de la reflexión. Intentar que la poesía sea un medio para atrapar la realidad a través del concepto. Y con ello, conseguir el abrazo entre el poeta y el filósofo, algo perseguido por otros grandes de este campo como es el caso de Maria Zambrano.

Con dicho objetivo, el poeta en su camino autodidacta, en su evolución literaria, recorrió los movimientos poéticos del siglo XX hasta renovar su obra. Y, con ello, la historia de la poesía universal. Para ello, podemos describir su quehacer poético dividiéndolo en varias etapas que nos muestran su incansable lucha por hacer de la poesía un medio de conocimiento.

Etapa sensitiva

Esta primera etapa sensitiva es marcadamente estética y de formas modernistas. El mismo Juan Ramón definió el modernismo como “movimiento de libertad hacia la belleza”. Y es precisamente esta la que se erige como sello de identidad de estos primeros versos, en los que la palabra nos enamora.

Cierto es que dentro del Modernismo se movían dos corrientes: el Parnasianismo y el Simbolismo, y Juan Ramón es más afín a este segundo. Como resultado, en su obra encontraremos paisajes que reflejan estados de ánimo del poeta. La apelación a los sentidos, a los olores o a la música nos lleva a un mundo poético de carácter muy personal.

Para ello, las impresiones sensuales, la musicalidad de palabras esdrújulas que nos hace cantar los versos más que recitarlos, los adjetivos que hacen de ornamentos a un mundo de ensueño, la melancolía y el romanticismo, provocan inevitablemente la emoción en el lector.

Siempre expresando un especial gusto por lo popular y cotidiano, influencia que procede de Bécquer especialmente, nos trae Juan Ramón versos cortos, romances o coplas. Y en ellos nos habla del amor, la muerte, el sueño, el tiempo, la sensualidad y sobre todos de la naturaleza.

En definitiva, en esta etapa el mundo sensible justifica algo que late en lo interior, algo latente y no perceptible que otorga belleza. Es esta una etapa en la que el poeta nos regala a “Platero y yo”, en la que la armonía del hombre con la naturaleza proyecta sentimientos en el paisaje que se intuye por ello como alegre.

Doxa en la etapa estética

Las diferentes etapas que nos encontramos en la poesía de Juan Ramón son fruto de una evolución que camina tras un mismo objetivo. Hacer de la palabra la reveladora de una verdad poética.

Con ello, la verdad aparece como un desvelamiento. Hay una realidad que se nos aparece a través de los sentidos, pero la palabra es el camino para hallar lo que subyace tras ella. De esta forma, es posible hacer una analogía entre la evolución de la obra del poeta y las diferentes etapas por las que pasa el prisionero de la caverna de Platón. Atendiendo a los “despistados” que no recuerden el mito hago una pausa en el texto para recordarlo.

La Caverna de Platón

El mito de la caverna es una alegoría que contiene las intenciones pedagógico-filosóficas del ateniense. Se trata de una explicación metafórica realizada en el libro VII de su obra la República, en la que desarrolla la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. En ella Platón explica su teoría de cómo captamos la realidad, que divide en dos mundos: el sensible (conocido a través de los sentidos) y el inteligible (que se alcanza a través de la razón).

Platón propone que existen unos individuos atados en el interior de una cueva oscura desde que nacieron. Estos prisioneros tienen un campo de visión limitado, solo pueden mirar hacia adelante. Tras ellos hay un fuego encendido que ilumina parcialmente el espacio cavernoso. Platón nos pide que imaginemos que entre los prisioneros y el fuego pasan unos hombres que llevan objetos. Los encadenados sólo ven las sombras que proyectan estas personas por el fuego, y faltos de educación, esas sombras son la única realidad para ellos.

En esta situación, uno de los prisioneros logra liberarse y salir al exterior. Al principio tendría problemas para acostumbrarse a la luz del sol, por lo que empezaría mirando las sombras de los árboles y los reflejos en el agua. Poco a poco se acostumbraría a mirar a los objetos directamente para terminar por descubrir la realidad entera, e incluso mirar directamente al astro rey.

Con este mito el autor propone una reflexión sobre si la vida que llevamos es real o si se trata de una fantasía o inadecuado conocimiento de la misma. Así cuestiona la percepción de la realidad y la validez del conocimiento humano.

Volviendo a Juan Ramón

Si atendemos al mito, la primera etapa del conocimiento está basada en los sentidos. Pues exactamente ocurre con la poesía de Juan Ramón. Esta primera etapa está caracterizada por atender a la belleza y al mundo inmediato.

Lo cierto, es que si en algo no coincide con el ateniense es en que Juan Ramón sí considera válida la información que nos da nuestros sentidos. Sin embargo, para Platón en dicha etapa vivimos en el engaño. De hecho a la misma la califica como doxa, que significa opinión en griego, refiriéndose así a ella al conocimiento más básico.

No obstante, aún teniendo concepciones diferentes a este respecto, ambos comienzan en una primera fase que acude a los sentidos. Y para Juan Ramón, también es necesario quitarse las cadenas y perseguir un conocimiento más profundo. No se conforma con la información sensible. Cierto es que este cambio se da en mayor medida por la influencia del pensamiento fenomenológico en el andaluz, pero eso es otra historia. Lo que si cabe es transitar este camino del conocimiento que, tal y como lo hiciera Platón en su alegoría, el poeta nos indica los pasos a través de sus versos.

Etapa intelectual

Como resultado de esa necesidad de ahondar un poco más en la naturaleza de la realidad llegamos a una segunda etapa. Conocida como etapa intelectual, que trascurre entre 1916 y 1936. Tanto afina el poeta y tan fuerte es su necesidad de desvelar su verdad oculta tras lo sensible que él mismo es consciente del cambio que, intencionadamente, se esta dando en su poesía. De hecho, él mismo nos habla de este proceso, como no, también a través de sus versos.

Para ilustrarlo acudiré a uno de sus poemas. En él personifica a la poesía a la que evoca como a una mujer. Es un poema de ésta segunda etapa (escrito en 1917) en el que habla de la primera en las dos primeras estrofas.



Vino, primero, pura
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

...Mas se fue desnudando
y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.

Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

Eternidades, 1917, Juan Ramón Jimenez

Asoma la poesía reflexiva

Aparece ahora un renovado Juan Ramón. Siempre en busca de la esencia de las cosas traspasa la fase estética y aparece una nueva poesía influida por Generación del 14 y por el vitalismo y valoración de la palabra.

Es notoria a este respecto una forma que responde también a la influencia de Ortega y Gasset. Con este autor razón y vida se unen, y el concepto, el logos es una forma de apresar la realidad. Estas ideas marcan un cambio hacia su madurez poética que culmina con Diario de un poeta reciencasado, obra que coincide con su madurez personal.

Aumenta así la reflexión en el verso. Y, no siendo la protagonista la estética, el adjetivo como forma de alagar la realidad será progresivamente sustituido por el sustantivo que busca desvelarla. Ha llegado la madurez literaria.

Este cambio hace de los versos el camino hacia la consecución de lo que el poeta llamará poesía pura. Con esta expresión aparece una poesía depurada y desnuda, que cambia las formas por el contenido. Es la que llamamos poesía intelectual. Y con ello, sus poemas parecen abrir la puerta de una metafísica.

Poesía desnuda

En esta fase los versos del autor emergen como una superación de la poesía sentimental de sus primeros momentos o del Modernismo más sensorial al que se adscribe luego su obra. Así, el que fuese un genio, busca “lo puro”; lo sencillo, en cierto sentido. Pero -como él dijo- “una poesía puede ser sencilla y complicada al mismo tiempo”.

Dicho cambio implica que la poesía de Juan Ramón será de creciente dificultad porque, en esta época, el poeta se propone calar en la realidad profunda o escondida de las cosas, en las esencias. Junto a su permanente sed de belleza, crece en él una sed de conocimiento, y la palabra poética juega a ser un instrumento para conseguir una más honda “inteligencia” de la realidad. De ahí la denominación de poesía intelectual, que se opone a la anterior época sensitiva. 

Con estas intenciones, Juan Ramón consiguió el abrazo entre la filosofía y la poesía. En él se funden la búsqueda de la realidad última, con ciertos tintes fenomenológicos en cuanto que supone que se encuentra escondida tras las apariencias y necesita del ejercicio de la mente para ser desvelada.

Y en su caso, escoge como medio la belleza y la fuerza de la palabra, de la que se espera sea el camino hacia la verdad. El poema que aquí les añado supone una invocación a la inteligencia para que le permita nombrar -o lo que es lo mismo para el poeta: conocer- la esencia de la realidad. Con ello recuerda a la idea de Ortega de que el concepto supone el apresamiento de la realidad. A esto hay que unir además el deseo o la ambición de que su poesía nos permita descubrir lo auténtico de la misma.

Ejemplo de poesía desnuda

Tan breves como intensos, estos versos son una constante fuente de reflexión. Como ejemplo tome el lector el caso del siguiente poema, perteneciente precisamente a esta etapa.


¡Inteligencia!, dame
el nombre exacto de las cosas!
... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto; y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!

Juan Ramón Jimenez

Episteme en la etapa intelectual

Recordando el mito de la caverna de Platón cabe decir que tras la etapa de la doxa o conocimiento sensible debíamos salir de la caverna. Pues en este proceso cambiaremos la fuente de conocimiento que teníamos antes, los sentidos, por otra racional, que el ateniense identifica con el logos. Esta segunda fase del conocimiento recibe el nombre de episteme.

Logos suele traducirse como razón, pero originariamente dicho concepto alude a la palabra. Pues, es ella la que se da como muestra de nuestra capacidad racional. De igual forma, encontramos que Juan Ramón pasa de los sentidos al intelecto. Sin embargo, cabe recordar de nuevo que sus influencias son fenomenológicas y no platónicas, con lo cual los sentidos siguen cumpliendo su papel.

Encontramos entonces que ambos nos muestran una alegoría que, aunque no comparte principios del todo, si indican un elemento en común que no carece de importancia. Y es que la verdad debe ser buscada, que esta se da en la palabra, que el concepto es la que la aguarda, y sobre todo, que dar con ella supone un desvelamiento.

Verdad como Aletheia

Esta concepción de la verdad como desvelamiento suele conocerse como Aletheia, y es común en numerosos filósofos. Es un concepto de marcado protagonismo en filosofías como la de Aristóteles o Heidegger, pero subyacente a numerosos autores. Entre estos, debemos a incluir a nuestro poeta.

Para entender mejor el asunto, es conveniente acudir a la etimología de verdad como Aληθεια (aletheia). Compuesta por α (a = sin) y ληθεια (letheia = ocultar), por lo cual unidos forman el concepto de “des-ocultamiento”. En latín da “lateo”: “estar oculto”, de donde viene la palabra española “latente”.  De ahí que la verdad sea más bien una tarea, una acción. La acción de desvelar, correr el velo para que aparezca lo que está oculto. Hacer patente lo latente.

Para un griego la frase “la verdad desnuda” es pues una redundancia. La verdad siempre está desnuda. Es lo desnudado, lo desvestido, lo desvelado. Ahora bien, ¿qué es lo que está oculto? ληθεια (lethia = ocultar), está emparentado con (lethe = olvido) que da nombre a un río del Hades, el Leteo. Beber de sus aguas provocaba un olvido completo.  De tal modo que la verdad es lo olvidado. Y como nos dice Platón, conocer la verdad no es más que recordar.

Volviendo a Juan Ramón, la tarea de descubrir la verdad

Como he dicho en lineas anteriores, las influencias de Juan Ramón son fenomenológicas, especialmente por Ortega, algo que podría tratarse en otro escrito si les interesa. Y es que en la fenomenología, especialmente, también aparece esta necesidad de desvelar una verdad oculta tras los sentidos usando el concepto como camino para ello. Sin embrago esta es una tarea antigua, cabe preguntarse si no es realmente así porque precisamente es la tarea del ser humano, y especialmente del filósofo.

Sea como sea lo cierto es que tanto en Platón como en Juan Ramón se nos presentan dos caminos para ello. El del andaluz es un sendero que se dibuja a través de los versos, a pesar de Platón que no era amante de los poetas. Y el del griego se nos da a través de una vieja alegoría. Pero en ambos se habla de la necesidad de una búsqueda activa. De que seamos cada uno de nosotros el que se quite las cadenas en busca del esperado desvelamiento.

Y todo ello para qué. Pues el fin último no es otro que conocernos a nosotros mismos, algo que también encontraremos en Juan Ramón en su siguiente etapa.

Etapa suficiente o verdadera

Tras el desvelamiento de la realidad externa lo primero que procede es preguntarnos por nuestro lugar en dicha realidad, y con ello, por nosotros mismos. Y así efectivamente ocurre con nuestro poeta. Así como la fenomenología de la percepción, en la que se pretende desvelar la esencia del mundo externo que se nos presenta a través de los sentidos, lleva a la fenomenología trascendental, que implica preguntarse por la conciencia del sujeto que vive esa realidad, la poesía de Juan Ramón nos tiene preparado otro giro.

En esta tercera etapa, tras haber usado el concepto para apresar la realidad el poeta eterniza al ser humano, y el misterio a seguir será el de su propia conciencia. Pero como no podía ser de otra forma, uniendo todo lo expuesto hasta ahora. En esta última fase aparece el poeta como el ser en el que se unen lo externo y lo interno. El creador de conceptos será comparable a una nueva divinidad.

Poeta divinizado

Como resultado de esta evolución tendremos una poesía hermética, que muestra el ansia de lo eterno y divino, de la conciencia. Con ello el poeta nos trae una especie de comunión con el cosmos y así participación de lo colectivo, de la creación, de lo divino. Abrazará el panteismo.

¿A cuenta de qué? Juan Ramón une esos tres mundos que se le presentan a través de los versos. El externo, el sensible que inspiró sus primeros poemas, el del logos que mostraba una verdad oculta, y el del ser humano, que pertenece a ambos. Este ser humano ha atrapado la verdad a través del concepto y con ello se convirtió en creador de mundos que nos llevan a la belleza metafísica. ¿No hace esto del poeta una especie de Dios?

Naturalmente, desde esta perspectiva el poeta es un dios creador del mundo al nombrarlo, producto de la conciencia de los nombres que ha creado.

Como resultado final de este camino la poesía aparece como un medio para explorar y conocer la realidad (metafísica). Además, por sus formas, es sinónimo de Verdad y de Belleza, de Perfección, por tanto, participa de lo divino. Le otorga así unas cualidades místicas.

Si miramos a Platón…

Si en este aspecto miramos a Platón debe recordarse que el mito de la caverna no acaba con la salida de la misma y el desvelamiento de la realidad. Aquél que sale de la cueva, conociendo la verdad, tendrá la obligación moral de enseñar a los otros, dirigirles en su camino. Y con ello, se hace creador de un mundo mejor en lo social.

En otro sentido, más místico, Juan Ramón le pide lo mismo al poeta. Usar su logos para crear realidades que llevan al ser humano hacia su propia mejora. Cierto es que ni Platón hubiese apoyado las formas del andaluz, y probablemente sería igual a la inversa. Pero esta necesidad de desvelar la verdad y hacer de la palabra el medio para convertirnos en creadores del mundo que nos rodea, bien pudiera ser común a toda alma que cree que las letras no quedan muertas en el papel. Y posiblemente, incluso usted que lee esto, quede incluida en una de ellas…

Ejemplo de poesía verdadera
 
Los dioses no tuvieron más sustancia
que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos,
la sustancia de todo lo vivido
y de todo lo por vivir.

(...) ¿Quién sabe más que yo, quién,
qué hombre o qué dios, puede,
ha podido, podrá decirme a mí
qué es mi vida y mi muerte, qué no es?

(...) Pasan vientos
como pájaros, pájaros igual que flores,
flores soles, lunas soles
como yo, como almas,
como cuerpos,
cuerpos como la muerte y la resurrección,
como dioses. Y soy un dios
sin espada, sin nada
de lo que hacen los hombres con su ciencia

Espacio, Fragmento 1º, Juan Ramón Jimenez

Difícilmente podremos afirmar con rotundidad la divinidad que adjudica al hombre creador. Igualmente ocurre respecto a su camino poético hacia la verdad. No sabremos nunca si llegó a desvelarla al completo, ni si nosotros lo haremos algún día. Pero recordar a Juan Ramón como un dios de las letras que hizo de los versos un bello camino hacia la filosofía, aunque no fuera del gusto de Platón, posiblemente no está de más.

Raquel Moreno Lizana.