¿Buscar o encontrar? ¿De qué va la aventura?

¿De qué va la vida, de buscar o encontrar? Empecemos reflexionando con las palabras de un maestro.

Si Dios hubiera encerrado toda la verdad en su mano derecha y en su mano izquierda hubiera dejado la búsqueda única e incesante por la verdad, aunque con la aclaración de que siempre estaré en el extravío, y él me dijera —Elige—, yo humildemente asiría su mano izquierda y diría —Padre, dame [esto]. La verdad pura es después de todo exclusividad tuya.

Gotthold Ephraim Lessing, Acerca de la verdad).

¿Es la búsqueda o el encuentro lo que más nos motiva? Imagine el caso que Lessing le propone en el texto anterior, lleva una vida entera buscando la “verdad”, encontrarla acaba la búsqueda. Pero, ¿no es la vida una búsqueda permanente? Imagine ahora que hablamos de hacer un viaje con un destino determinado, ¿qué le da sentido, el encuentro con el destino o el camino, el viaje?

Es el mismo dilema. Lessing propone que no es el encuentro lo que merece la pena, sino que es la búsqueda lo que da un verdadero sentido a una vida humana que, a grandes rasgos, consiste en una búsqueda constante.

¿Buscar o encontrar?

En primera instancia esta pregunta parece fácil de responder, pues la motivación de buscar la verdad sería, en principio, encontrarla. Una vez alcanzada imaginamos que habría satisfacción y paz. Sin embargo, como vemos en el caso de Lessing, es posible pensar que la búsqueda constante de la verdad, sin detenerse en un punto fijo, es en donde permanezca el auténtico modo de pensar filosófico.

De hecho, ¿no es ésta búsqueda lo que hace de nuestra existencia una vida humana?

Pensemos que, aunque nuestro objetivo fuese el destino, por ejemplo, alcanzar la verdad, lo cierto es que la búsqueda de la verdad obedece a las características que conforman la vida humana. Y es que, al ser humano no le basta con el instinto, como a la mayoría de los animales, para conocer lo que necesita para una existencia básica. El ser humano ha hecho de su vida una creación constante, no le basta saber donde encontrar comida y cómo reproducirse, quiere saber el sentido de lo que le rodea, las posibilidades de su existencia, el sentido de la misma, los límites de su libertad, de dónde viene, cuál es su lugar en el mundo y a dónde va.

La búsqueda humana, por tanto, es una búsqueda que hace de nuestra existencia una existencia más que particular. Y si son esas preguntas las que, posiblemente, nos diferencian del resto de especies, ¿no será que la vida humana es búsqueda? ¿Qué nuestro “para qué” es buscar?

Pero quien busca encuentra, claro está. Imaginemos, pues, incluso siguiendo el ilustrativo ejemplo que nos pone Lessing, que al buscar hallamos, de alguna manera, el acceso a las últimas respuestas, a lo que llamamos, sin saber en qué consiste, verdad.

¿Encontrar es empezar a buscar?

Imagine que existe la verdad, y ésta no es algo que uno decide por sí mismo. Entonces encontrarla significaría una transformación del individuo o, mejor dicho, una unidad con la realidad, un encuentro con “lo que es”. Lo cual no nos dejaría indiferentes, cambiaría nuestra visión del mundo y también de nosotros mismos, en cuanto que se nos desvela nuestra anterior naturaleza ignorante, y con ella nuestra soberbia, nuestra inocencia, etc.

Es decir, imaginando que existe esa verdad definitiva podemos pensar que encontrarla supone un cambio para quien la encuentra.

Numerosas tradiciones describen este momento como un momento que provoca un estado de paz, entendimiento y libertad, en el que encuentra. Sin embargo, ¿por qué pensar que sería así?

Si se nos descubre la verdad también, con ella, veríamos todos nuestros errores y nos preguntaríamos el por qué de los mismos, veríamos los errores de otras personas, e intentaríamos quitarles el velo, es decir, ese encuentro con la verdad transformaría lo que somos, nuestra actitud ante el mundo, seriamos “otra persona” diferente a la que éramos antes de encontrar, distinta a la que emprendió en su origen la búsqueda.

¿No significa eso que el encuentro ha provocado un nuevo punto de partida? ¿El punto de partida de un nuevo yo que ahora ve el mundo bajo otro paradigma? ¿Y no implica, si esto es así, que se emprende el comienzo de una nueva búsqueda, sobre la existencia y el lugar en el mundo de este nuevo yo? ¿No implica esto el principio de una nueva búsqueda, al menos, en cuanto al autoconocimiento? Esa transformación, ¿no nos enfrentaría de nuevo al interrogante de “quién soy”, en este caso orientado a responder a: “en quién me he convertido”?

De ser así, el encuentro no es más que una pausa en el camino. Un final que al tiempo es un nuevo principio, que implica una nueva búsqueda. De ser así, ¿no es esa la característica de la vida humana? La búsqueda constante, sea cual sea el destino. ¿El sentido de nuestro camino quizá es buscar?

Raquel Moreno Lizana.