El unicornio es una de las criaturas mitológicas que se encuentra en todas las culturas. Su figura ha creado interés no solo en la criptozoología sino también en pensadores de la talla de Carl Gustav Jung.
Esta simpática criatura, cuya representación parece estar de moda, nos acompaña desde el principio de los tiempos. Por ello, las grandes mentes siempre se han debatido sobre si se trataba de un animal real o una especie de arquetipo que debía ser interpretado simbólicamente, y que como muchos otros mitos, alude a nosotros mismos. ¿Podrían darse ambas posibilidades al mismo tiempo? La explicaciones a este respecto son de lo más variadas.
El unicornio siberiano
En primer lugar cabe señalar que esta maravillosa criatura no siempre se ha imaginado como lo hacemos ahora. Bella y esbelta con forma de caballo. Lo cierto es que la representación del unicornio ha variado en el tiempo a medida que nosotros también lo hacíamos. De hecho, algunas de las más antiguas podrían aludir a una criatura real. No es otra que la conocida como “Unicornio siberiano”, cuyo nombre científico es Elasmotherium sibiricum.
Ésta es una especie extinta de mamífero que sería familia del rinoceronte, y cuya representación tenemos en la imagen. ¿Es ésta la criatura que da origen al mito de la otra figura más esbelta y bella?
Es poco probable poder afirmarlo rotundamente, aunque algunos así lo creen. Hablamos de un animal que aunque guarda similitudes con el caballo se parece mucho más a un toro, y que por sí mismo dio origen a otras leyendas.
Las posibles bestias mitológicas inspiradas en este gigante que se han señalado, aparte del unicornio europeo, son un gigantesco toro negro con un único cuerno frontal de las leyendas de los Evenk de Rusia, que aparece descrito en la enciclopedia sueca Nordisk familjebok; el karkadann del folclor persa y el zhi chino.
Entonces, ¿qué ocurre con nuestro idealizado unicornio, ese que se parece más a la otra representación gráfica? Este causa muchos más problemas de los que nos imaginamos. Las explicaciones recurren tanto a la zoología como a la filosofía, y es respecto a él por el que debemos acudir a la figura de Jung.
El mito del unicornio clásico
En su origen, este unicornio era una criatura mitológica representada habitualmente como un caballo blanco con patas de antílope, barba de chivo y un cuerno en la frente. En las representaciones modernas, sin embargo, es idéntico a un caballo, solo coincidiendo en la existencia del característico cuerno mencionado.
Este ser es protagonista de numerosas historias y leyendas. De hecho, en la Edad Media significaba fuerza y estaba considerado como un animal fabuloso capaz de derrotar a animales más fuertes físicamente, incluso elefantes.
Tan patente era la creencia en la existencia de este animal que grandes personajes organizaban batidas de caza para buscarlo. Su cuerno se creía tenía propiedades curativas, y, aunque realmente nunca hemos dado con uno, fueron populares los gabinetes de curiosidades en los que las personas acomodadas pagaban grandes cantidades por el polvo de cuerno de unicornio, que realmente solía ser cualquier tipo de hueso de animal triturado.
No obstante, esto no queda en una anécdota histórica, pues como se ha señalado, este ser aparece en todas las culturas y épocas, y pocos no se maravillan ante lo majestuoso de su figura. Por ello, los investigadores siempre se han interesado por explicar la insistencia de esta criatura en todas las mitologías.
Lo que dice la zoología
Desde el punto de vista zoológico, existen tres hipótesis que intentan explicar la aparición de la leyenda del unicornio en Europa.
La primera procede de las exploraciones griega, romana y macedonia en la India. Existían relatos de criaturas de un solo cuerno, probablemente rinocerontes índicos. Si el hipopótamo fue llamado “caballo de río” por los exploradores griegos, parece verosímil suponer que igualmente describirían a un rinoceronte indio como un caballo con un cuerno sobre la cabeza. Sin embargo, no es posible afirmar con rotundidad que esto lo explique, y si fuese de esta forma, solo hablaríamos del unicornio en Europa.
Pero ¿y las otras culturas?
Por ello, esta no es la única explicación, hay otra que proviene de los pueblos vikingos que comerciaban en el interior de Europa con dientes de narval. Las primeras representaciones artísticas conocidas de este cetáceo en el interior de Europa eran similares a un unicornio marino.
Muy probablemente, y puesto que el mito tal y como lo conocemos hoy está documentado desde la antigua Grecia, los pueblos nórdicos tan sólo aprovecharon la leyenda preexistente para vender colmillos de narval como si fueran cuernos de unicornio, asociados a todo tipo de propiedades curativas. Así que ésto tampoco explica la aparición de esta figura en nuestras leyendas, pero si la importancia de la misma, pues podría haber dado lugar al comercio en esta época en torno a los supuestos poderes del fantástico animal.
Hay otra explicación más moderna que tiene su origen en el descubrimiento, en 2008, en el parque natural de Prato (Toscana) (Italia), en el que se ha documentado un corzo con un único cuerno en el centro. Parece factible que esta peculiaridad se haya producido más veces a lo largo de la historia. En la reserva natural de Prato creen que un corzo con un solo cuerno, como el encontrado en su zona, pudo dar origen al mito.
Corzo de un solo cuerno
Jung y el unicornio
Sea como sea, lo cierto es que cuando existen varias explicaciones es que aún no se ha dado con la definitiva. Por ello, la filosofía y la psicología también han hecho sus aportaciones a este respecto. De hecho Jung, siempre interesado en los mitos, estudió a fondo las representaciones del unicornio, y compartió una lectura simbólica del mismo.
De lo primero que se percata éste autor es de la multitud de representaciones de esta criatura. Las hay que nos muestras un verdadero monstruo con un cuerno y otros que resaltan su belleza. Además está presente en todas las culturas…¿Qué hay en común entre tanta variedad? El cuerno con propiedades mágicas y curativas así como la dificultad para poder ver ésta mágica criatura.
Ante tanta variedad, Jung afirma que no hablamos de un animal definido, sino de un ser sujeto a múltiples variantes, a veces parece un asno, otras un caballo, otras ha sido símbolo de pureza y del mismo Cristo, y otras, también, se habla de la magia del cuerno de un dragón o de un escarabajo.
“Unicornicidad”
Por ello, Jung atiende a lo que todos estos mitos tienen en común, la magia en ese misterioso cuerno. Y, en lugar de hablar de unicornios pasará a hablar de “unicornicidad” (para interesados pueden acudir a la obra de este autor Psicología y alquimia).
A grandes rasgos, Jung relaciona esta propiedad de la unicornicidad con las creencias alquimistas, que serían un reflejo de nuestro inconsciente. Acontándo más el asunto, así como la piedra filosofal en realidad piensa que viviría en nosotros mismos y su hallazgo depende de la búsqueda individual, la propiedad curativa del cuerno de este ser y su dificultad para alcanzarlo responderían a procesos similares.
El unicornio sería el reflejo de nuestra necesidad de enfrentarnos en primera instancia a su figura mosntruosa, pasar por las dificultades de su visibilidad, para finalmente alcanzar una magia que viviría dentro de nosotros mismos. En definitiva, hablaríamos de una representación simbólica de nuestros anhelos con un marcado protagonismo en las prácticas alquimistas.
Sea como sea encontramos dos formas de interpretar una criatura que nos acompaña casi desde el principio del tiempo. La zoología o el simbolismo ¿cuál prefieren ustedes?¿son compatibles? ¿Y qué otras criaturas creen podrían encontrarse en una situación similar a la del unicornio, generando interés en campos tan dispares del conocimiento?
NO N I NÁ, un programa más allá de lo convencional. Como en cada capítulo hacemos un repaso por las noticias, y luego aprendemos a través del diálogo.
El primero de esos diálogos nos lleva años atrás, a través de nuestro teatrillo, en este episodio hablamos con Don José Ortega y Gasset y le preguntamos directamente ¿qué es la vida? (Diálogo realizado con una grabación de la voz original de Ortega, que tienen completa en nuestro canal de Youtube).
Luego, nos asomamos a los mundos que viven en otros, a través de nuestro particular juego de mayéutica. Hoy nos asomamos al mundo de Enrique Gallud Jardiel. Nieto del comediógrafo Enrique Jardiel Poncela e hijo de los actores Rafael Gallud y María Luz Jardiel. Amante de la cultura, que dedica la vida a ella.
Enrique inició su actividad en el teatro a la edad de cuatro años, interpretando papeles infantiles en las compañías de los teatros El Micalet, Patronato y Talía.
Es doctor en filología hispánica y profesor de teoría literaria en las universidades de Francisco de Vitoria y Alfonso X «El Sabio», así como en Casa Asia y otras instituciones Aparte de su actividad académica, es autor de más de doscientos cincuenta libros, entre ensayos y ficción, y de numerosos artículos. Una de las características de su producción es la comedia.
Con Enrique aprendemos y nos divertimos a partes iguales, ya que nos ofrece una obra didáctica en tono de humor, habla de “temas serios” en un tono divertido, como muestra podemos aludir a obras como: Filosofía para reír, Guía de filósofos pedantes o Historia cómica de la filosofía.
El diálogo con Enrique es tan instructivo como divertido. Una de esas personas que es “para no perdérsela”, como el programa, NO NI NÁ.
Nicanor Parra es uno de esos personajes del mundo de las letras que usan lo más simple como la herramienta de creación de obras sublimes. En él, el lenguaje coloquial, que usamos todos en nuestro día a día, se presenta como la base de la creación poética, a través de versos que vienen para romper las formas establecidas.
El autor del que os hablo nació en Chile un 5 de septiembre de 1914 y su talento no dejó que su paso por este mundo pasase desapercibido. Físico y poeta (por extraña que parezca la combinación) Nicanor Parra es el creador de una obra que ha ejercido una enorme influencia en la literatura hispanoamericana.
Es por introducir nuevas formas que le valieron para emerger como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo. Concretamente, se le considera el introductor de lo que se conoce como antipoesía (término elegido por él mismo), que supone una nueva forma de poesía caracterizada por ser especialmente rupturista.
La Antipoesía
Estas nuevas maneras de Parra implican una pluma más directa, coloquial y provista incluso de dichos populares. Oponiéndose así a la más generalizada en su país a mediados del siglo XX, cuyo principal referente era otro grande como lo es Pablo Neruda.
Si algo caracteriza esta rompedora antipoesía es sobre todo el peculiar uso del lenguaje, cuyas características se han esbozado en anteriores líneas. Directo, coloquial, ecléctico y en ocasiones narrativo, provisto de frases hechas, con la presencia constante de lugares comunes y tradiciones locales, que pretende adaptarse así a las sucesos históricos y a los nuevos recursos expresivos de movimientos artísticos y sociales emergentes, muchos de ellos difundidos por los medios de comunicación.
Estas características facilitan la empatía cuando el lector se acerca a sus versos, en cuanto que no se envuelve en formas místicas, sino que la cercanía del discurso unida a la belleza lo hace tan accesible como apetecible.
Por si esto fuese poco, es posible afirmar, además, que se trata de un lenguaje subversivo, que asume una función crítica a los tradicionalismos y los grandes relatos, y que desacraliza a la poesía y a la figura del poeta, a través de la ironía, el humor o el sarcasmo, al tiempo que también a través de sensaciones de soledad, alienación social y desamparo. Con ello, lo que Parra llamó antipoesía ilustra fácilmente la decadencia social actual, sirviendo a veces como crítica del mundo que nos rodea a través de cierto tono pesimista.
Interminables influencias
Estas nuevas formas, que surgen de la mano de este autor de manera única y con intencionalidad consciente de lo que hace, maduró y se desarrolló especialmente entre 1949 y 1952, años en que Parra estuvo en Oxford para tomar cursos de cosmología, algo que da una bonita prueba de la mezcolanza de conocimientos que se fundían en el personaje protagonista, tan bella como peculiar.
En Inglaterra, el físico y poeta pudo introducirse en la literatura de autores como Blake, Kafka y Donne, además de en el psicoanálisis freudiano, en las películas de Chaplin y en el surrealismo. Todas estas influencias, sumadas a sus experiencias y reflexiones personales, dieron lugar a esas nuevas técnicas en el manejo del verso y una consciencia acerca de su oficio como poeta, que acabó materializando, ya de regreso en Chile, en su obra Poemas y antipoemas (1954), cuya lectura aprovecho para recomendar.
Antipoema
Aunque el protagonista de esté escrito era dado a la ruptura, seguiré en la línea de los anteriores dedicados a poetas, no hay mejor forma que recordarles e introducirnos en su mente que a través de sus versos. En este caso, elijo un poema que podría ser un cuadro pintado en palabras, titulado Hay un día feliz, de su citada obra Poemas y Antipoemas. En él las imágenes de lo cotidiano se suceden para abrir un cierto mundo de ensueño, bien agradable para el atento lector.
A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mí singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!
Filosofía Pop es la nueva sección de Raquel Moreno en el programa Gente de Andalucía de Canal Sur Radio. En esta ocasión miramos a la nueva adaptación de Pinocho de Disney. El trasfondo de la historia, que analizaremos al hilo de una de las grandes preguntas ¿Qué nos hace ser un ser humano? Pinocho nos da semillas para la reflexión de qué implica la concepción de humanidad como categoría moral. Puedes escuchar la participación de Raquel Moreno AQUÍ
Un capítulo de NO NI NÁ muy especial con Manuel Carballal.
NO NI NÁ es un programa fuera de lo convencional, filosófico, pero de corte cínico y con buen humor. En este capítulo, como de costumbre, empezamos dando nuestro repaso por el mundo en nuestra sección de noticias, con gotas de locura, las que tiene el mundo.
Luego buscamos respuestas a los interrogantes del presente en las grandes mentes de nuestro pasado a través de nuestro teatrillo, en el que Raquel habla con una figura histórica destacada. Hoy lo hará con su filósofo favorito: Don Miguel de Unamuno. Sin embargo en esta ocasión no usaremos un actor que lo represente, como en otras, en esta ocasión, en nuestro teatro tendremos la voz de Don Miguel de Unamuno, cogida de la única grabación que existe del maestro de Salamanca. Así que hoy sí que se puede decir que, casi literalmente, entablamos diálogo con él, en un teatrillo bastante especial.
Y continuamos aprendiendo a través del diálogo con nuestro particular ejercicio de mayéutica, con un invitado muy especial, sobre todo teniendo en cuenta que ha sido solicitado por los propios oyentes en varias ocasiones. Hoy tenemos con nosotros a Manuel Carballal. Investigador que lleva una vida entera buscando conocimiento, desde que empezara, junto a Javier Sierra, siendo un chaval.
Manuel es criminólogo y buscador de misterios, el director de la revista El Ojo Crítico, y autor de numerosas obras temáticas. Conocido sobre todo por su mirada escéptica, ya que ha desvelado fraudes en este ámbito durante su carrera, al tiempo que también se ha enfrentado a la realidad de muchos casos. Un escepticismo sano combinado por el entusiasmo de quien quiere conocer hacen de Manuel un investigador del que se aprende bastante, pero con cercanía, porque todo esto está combinado con su fantástico sentido del humor. Raquel y Manuel baten record en la que ha sido la entrevista más larga de NO NI NÁ, pero debido al entusiasmo compartido.
Teodicea y el problema del mal de la mano de la criminología, el misterio de los ovnis en relación con nuestro marco cultural, filosofamos en la heterodoxia, sobre lo anómalo, “hacen falta filósofos del misterio” dirá Manuel, queriendo dar un paso más a hacer un trabajo meramente descriptivo. Un amante del saber sin duda, un diálogo lleno de entusiasmo, humor y la sabiduría de un hombre imperdible: Manuel Carballal. NO NI NÁ.
¿Ha sentido alguna vez el abrazo de otra persona a pesar de la distancia que las separa? ¿Ese amigo cuya mano en el hombro ha intuido en un momento de tristeza o, también, de alegría? Posiblemente es así como terminamos asumiendo como caricias al alma los versos de la buena poesía. Y esta que les traigo en este artículo es uno de esos casos.
Raymond Carver (Mayo 25, 1938 – Augosto 2, 1988) escribió en prosa y poesía desde 1954. Es especialmente conocido por la genialidad de su pluma en el género del relato. Sin embargo, la poesía no es algo circunstancial en este maestro de las letras, sino que sus versos son las semillas de las que nacen las bellas historias de las que disfrutan sus lectores. De hecho, su maestría le valieron el apodo de “el Chéjov americano”, tal y como dijo el periódico londinense The Guardian.
Al acudir a los poemas de Carver asistimos a un retrato de la vida misma. La mayoría de sus poemas prestan atención a un tiempo presente, aunque igualmente revisa las heridas y alegrías del pasado, presentándonos una visión panorámica de el discurrir diario.
Esta temática, de cierto corte autobiográfico, se une a unas formas claras que muestran una verdad sin adornos. Gran parte de sus poemas son narradas desde una tercera persona que sitúa al lector ante unos conflictos que, por la maestría de Carver, se desdoblarán para convertirse en los del propio lector. Y es que Carver consigue que lo extraordinario parezca normal y, también, que lo cotidiano sea extraordinario. De tal manera, sus versos son una forma diferente de retratar la vida y, así, acercarnos a un yo que cada uno tiene escondido.
Poemas
No es poca la aventura de leer a este genio. Así pues, invitamos a acudir a su obra, añadiendo aquí, como prueba de lo expuesto, algunos de sus poemas para el deleite de las mentes inquietas.
Insomnio de Invierno
La mente no duerme, descansa impaciente, atenta al respiro que se toma la nieve antes del asalto final.
Ojalá estuviera aquí Chéjov para recetarme algo-tres gotas de valeriana, un vaso de agua de rosas-lo que fuera, da igual.
A la mente le gustaría salir de aquí y pisar la nieve. Le gustaría correr con una manada de animales peludos, todo colmillos,
bajo la luna, avanzar por la nieve sin dejar huella ni rastro alguno, nada por detrás. Mi mente enferma esta noche.
Miedo
Miedo a ver un coche de la policía acercarse a la puerta. Miedo a dormirme por la noche. Miedo a no dormirme. Miedo al pasado resucitando. Miedo al presente echando a volar. Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche. Miedo a las tormentas eléctricas. ¡Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla! Miedo a los perros que me han dicho que no muerden. Miedo a la ansiedad. Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto. Miedo a quedarme sin dinero. Miedo a tener demasiado, aunque la gente no creerá esto. Miedo a los perfiles psicológicos. Miedo a llegar tarde y miedo a llegar antes que nadie. Miedo a la letras de mis hijos en los sobres. Miedo a que mueran antes que yo y me sienta culpable. Miedo a tener que vivir con mi madre cuando ella sea vieja, y yo también. Miedo a la confusión. Miedo a que este día acabe con una nota infeliz. Miedo a despertar y encontrarme que te has ido. Miedo a no amar y a no amar lo suficiente. Miedo de que lo que yo amo resulte letal para los que amo. Miedo a la muerte. Miedo a vivir demasiado. Miedo a la muerte. Ya he dicho eso.
Lluvia
Me desperté esta mañana con unas ganas tremendas de quedarme todo el día en la cama leyendo. Me resistí durante un rato.
Me asomé entonces a la ventana y estaba lloviendo. Y me rendí. Me dediqué por entero al cuidado de esta mañana lluviosa.
¿Viviría mi vida otra vez? ¿Con los mismos errores imperdonables? Sí. A la mínima posibilidad que tuviera.
Don Miguel de Unamuno dejó su filosofía envuelta en la literatura repartida entre poemas y cuentos cortos que, como este que traemos hoy, no deja de emocionarnos al tiempo que nos empuja a la reflexión.
El amor que asalta se publicó en Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 16-IX-1912 . En breves escritos como este la filosofía y la poesía se abrazan de la mano del genio vasco. No está de más, por tanto, atender a sus líneas para emocionarnos al tiempo que aprendemos. Esperamos pues lo disfrute.
El cuento: “El amor que asalta”
¿Qué es eso del amor, de que están siempre hablando tantos hombres y que es el tema casi único de los cantos de los poetas? Es lo que se preguntaba Anastasio. Porque él nunca sintió nada que se pareciese a lo que llaman amor los enamorados. ¿Sería una mera ficción, o acaso un embuste convencional con que las almas débiles tratan de defenderse de la vaciedad de la vida, del inevitable aburrimiento? Porque, eso sí, para vacuo y aburrido, y absurdo y sin sentido, no había, en sentir de Anastasio, nada como la vida humana.
Arrastraba el pobre Anastasio una existencia lamentable, sin estímulo ni objetivo para el vivir, y cien veces se habría suicidado si no aguardase, con una oscura esperanza a prueba de un continuo desengaño, que también a él le llegase alguna vez a visitar el amor. Y viajaba, viajaba en su busca, por si cuando menos lo pensase le acometía de pronto en una encrucijada del camino.
No sentía codicia de dinero, disponiendo de una modesta, pero para él más que suficiente fortuna, ni sentía ambición de gloria o de honores, ni anhelo de mando y poderío. Ninguno de los móviles que llevan a los hombres al esfuerzo le parecía digno de esforzarse por él, y no encontraba tampoco el más leve consuelo a su tedio mortal ni en la ciencia, ni en el arte, ni en la acción pública. Y leía el Eclesiastés mientras esperaba la última experiencia, la del amor.
Habíase dado a leer a todos los grandes poetas eróticos, a los analistas del amor entre hombre y mujer, las novelas todas amatorias, y descendió hasta esas obras lamentables que se escriben para los que aún no son hombres del todo y para los que dejaron en cierto modo de serlo: se rebajó hasta escarbar en la literatura pornográfica. Y es claro, aquí encontró menos aún que en otras partes huella alguna del amor.
Y no es que Anastasio no fuese hombre hecho y derecho, cabal y entero, y que no tuviese carne pecadora sobre los huesos. Sí, hombre era como los demás, pero no había sentido el amor. Porque no sabía que fuese amor la pasajera excitación de la carne que olvida la imagen provocadora. Hacer de aquello el terrible dios vengador, el consuelo de la vida, el dueño de las almas, parecíale un sacrilegio, tal como si se pretendiese endiosar al apetito de comer. Un poema sobre la digestión es una blasfemia.
No, el amor no existía en el mundo para el pobre Anastasio. Leyó y releyó la leyenda de Tristán e Iseo, y le hizo meditar aquella terrible novela del portugués Camilo Castello Branco: A mulher fatal. «¿Me sucederá así? -pensaba-. ¿Me arrastrará tras de sí, cuando menos lo espere, y crea, la mujer fatal?». Y viajaba, viajaba en busca de la fatalidad ésta.
«Llegará un día -se decía- en que acabe de perder esta vaga sombra de esperanza de encontrarlo, y cuando vaya a entrar en la vejez sin haber conocido mi mocedad ni edad viril, cuando me diga: ¡Ni he vivido ni puedo ya vivir!, ¿qué haré? Es un terrible sino que me persigue, o es que todos los demás se han conchabado para mentir». Y dio en pesimista.
Ni jamás mujer alguna le inspiró amor, ni creía haberlo él inspirado. Y encontraba mucho más pavoroso que no poder ser amado el no poder amar, si es que el amor era lo que los poetas cantan. ¿Pero sabía él, Anastasio, si no había provocado pasión escondida alguna en pecho de mujer? ¿No puede acaso encender amor una hermosa estatua? Porque él era, como estatua, realmente hermoso. Sus ojos negros, llenos de un fuego de misterio, parecían mirar desde el fondo tenebroso de un tedio henchido de ansias; su boca se entreabría como por una sed trágica; en todo él palpitaba un destino terrible.
Y viajaba, viajaba desesperado, huyendo de todas partes, dejando caer su mirada en las maravillas del arte y de la naturaleza, y diciéndose: «¿Para qué todo esto?».
Era una tarde serena del tranquilo otoño. Las hojas, amarillas ya, se desprendían de los árboles e iban envueltas en la brisa tibia a restregarse contra la hierba del campo. El sol se embozaba en un cendal de nubes que se desflecaban y deshacían en jirones. Anastasio miraba desde la ventanilla del vagón cómo iban desfilando las colinas. Bajó en la estación de Aliseda, donde daban a los viajeros tiempo para comer, y fuese al comedor de la fonda, lleno de maletas.
Sentose distraídamente y esperó le trajesen la sopa. Mas al levantar los ojos y recorrer con ellos distraídamente la fila de los comensales, tropezaron con los de una mujer. En aquel momento metía ella un pedazo de manzana en su boca, grande, fresca y húmeda. Claváronse uno a otro las miradas y palidecieron. Y al verse palidecer palidecieron más aún. Palpitábanles los pechos. La carne le pesaba a Anastasio; un cosquilleo frío le desasosegaba.
Ella apoyó la cara en la diestra y pareció que le daba un vahído. Anastasio entonces, sin ver en el recinto nada más que a ella, mientras el resto del comedor se le esfumaba, se levantó tembloroso, se le acercó, y con voz seca, sedienta, ahogada y temblona, le cuchicheó casi al oído:
-¿Qué le pasa? ¿Se pone mala?
-¡Oh, nada, nada; no es nada…; gracias!
-A ver… -añadió él, y con la mano temblona le cogió el puño para tomarle el pulso.
Fue entonces una corriente de fuego que pasó del uno al otro. Sentíanse mutuamente los calores; las mejillas se les encendieron.
-Está usted febril… -suspiró él balbuciente y con voz apenas perceptible.
-¡La fiebre es… tuya! -respondió ella, con voz que parecía venir del otro mundo, de más allá de la muerte.
Anastasio tuvo que sentarse; las rodillas se le doblaban al peso del corazón, que le tocaba a rebato.
-Es una imprudencia ponerse así en camino -dijo él, hablando como por máquina.
-Sí, me quedaré -contestó ella.
-Nos quedaremos -añadió él.
-Sí, nos quedaremos… ¡Y ya te contaré; te lo contaré todo! -agregó la mujer.
Recogieron sus maletas, tomaron un coche y emprendieron la marcha al pueblo de Aliseda, que dista cinco kilómetros de su estación. Y en el coche, sentados el uno frente al otro, tocándose las rodillas, mejiendo sus miradas, le cogió la mujer a Anastasio las manos con sus manos y fue contándole su historia. La historia misma de Anastasio, exactamente la misma. También ella viajaba en busca del amor; también ella sospechaba que no fuese todo ello sino un enorme embuste convencional para engañar al tedio de la vida.
Confesáronse uno a otro, y según se confesaban iban sus corazones aquietándose. A la trágica turbación de un principio sucedió en sus almas un reposo terrible, algo como un deshacimiento. Imaginábanse haberse conocido de siempre, desde antes de nacer; pero a la vez todo el pasado se borraba de sus memorias, y vivían como un presente eterno, fuera del tiempo.
-¡Oh, que no te hubiese conocido antes, Eleuteria! -le decía él.
-¿Y para qué, Anastasio? -respondió ella-. Es mejor así, que no nos hayamos visto antes.
-¿Y el tiempo perdido?
-¿Perdido le llamas a ese tiempo que empleamos en buscarnos, en anhelarnos, en desearnos el uno al otro?
-Yo había desesperado ya de encontrarte…
-No, pues si hubieses desesperado de ello, te habrías quitado la vida.
-Es verdad.
-Y yo habría hecho lo mismo.
-Pero ahora, Eleuteria, de hoy en adelante…
-¡No hables del porvenir, Anastasio; bástenos el presente!
Los dos callaron. Por debajo del arrobamiento que les embargaba sonaba extraño rumor de aguas de abismo sin fondo. No era alegría, no era gozo lo que sobrenadaba en la seriedad trágica que les envolvía.
-No pensemos en el porvenir -reanudó ella-; ni en el pasado tampoco. Olvidémonos de uno y de otro. Nos hemos encontrado, hemos encontrado el amor, y basta.
Y ahora Anastasio, ¿qué me dices de los poetas?
-Que mienten, Eleuteria, que mienten, sí; el amor no es lo que ellos cantan…
-Tienes razón, Anastasio; ahora siento que el amor no se canta.
Y siguió otro silencio, un silencio largo, en que, cogidos de las manos, estuvieron mirándose a los ojos y como buscándose en el fondo de ellos el secreto de sus destinos.
Y luego empezaron a temblar.
-¿Tiemblas, Anastasio?
-¿Y también tú, Eleuteria?
-Sí, temblamos los dos.
-¿De qué?
-De felicidad.
-Es cosa terrible esta felicidad; no sé si podré resistirla.
-Mejor, porque eso querrá decir que es más fuerte que nosotros.
Encerráronse en un sórdido cuarto de una vulgarísima fonda. Pasó todo el día siguiente y parte del otro sin que dieran señal alguna de vida, hasta que, alarmado el fondista y sin obtener respuesta a sus llamadas, forzó la puerta. Encontráronles en el lecho, juntos, desnudos y fríos y blancos como la nieve. El perito médico aseguró que no se trataba de suicidio, como así era en efecto, y que debían de haberse muerto del corazón.
-¿Pero los dos? -exclamó el fondista.
-¡Los dos! -contestó el médico.
-¡Entonces eso es contagioso!… -y se llevó la mano al lado izquierdo del pecho, donde suponía tener su corazón de fondista. Intentó ocultar el suceso, para no desacreditar su establecimiento, y acordó fumigar el cuarto, por si acaso.
No pudieron ser identificados los cadáveres. Desde allí los llevaron al cementerio y desnudos y juntos, como fueron hallados, echáronlos en una misma huesa y encima tierra. Sobre esta tierra ha crecido hierba y sobre la hierba llueve. Y es así el cielo, el que les llevó a la muerte, el único que sobre la tumba llora.
El fondista de Aliseda, reflexionando sobre aquel suceso increíble -nadie tiene más imaginación que la realidad, se decía-, llegó a una profunda conclusión de carácter médico legal, y es que se dijo: «¡Estas lunas de miel!… No se debía permitir que los cardíacos se casasen entre sí.
Don Miguel de Unamuno. Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 16-IX-1912
El amor es algo que ha nadie deja indiferente, pues pobre del que no se vea asaltado por él. Con lo cual, la reflexión sobre el mismo es necesaria si queremos desvelar algunos de los secretos que se esconden en cada uno de nosotros. Sin embargo, seguramente pocos temas ofrecen tanta dificultad para el tratamiento filosófico. Y es que la sola definición es un misterio. ¿Qué es el amor?
Don Miguel de Unamuno, el maestro de Salamanca, decía que amor definido deja de serlo. Seguramente este sabio estaba en lo cierto. Pero la persecución a esa duda, tenga o no respuesta definitiva, merece ser transitada…Ya se verá hasta donde es posible llegar con ello.
Amor en Platón y en Schopenahuer
Para atender un tema tan complejo es posible acudir, en primer lugar, a las algunas aportaciones filosóficas en este sentido. En cuanto a las teorías sobre el amor empezaré destacando dos perspectivas muy diferentes pero que fomentan a partes iguales la reflexión. Y para ello lo ejemplificaré con dos autores representativos de las diferentes formas de atender a tan importante y bello asunto. Estos son Platón y Schopenhauer.
Amor platónico
Es inevitable en un escrito como este acudir al filósofo ateniense. Pues la idea de amor platónico sigue vigente en nuestra sociedad. Sin embargo, hay que decir sobre este que una cosa es lo que se ha popularizado sobre el mismo y otra muy diferente la concepción del amor en este ilustre del pensamiento occidental. Para entenderlo es necesario aludir al concepto de relación amorosa planteado por Platón en sus obras “Fedro” y “El banquete”. Para el filósofo, el amor surge del deseo de descubrir y admirar la belleza. El proceso se iniciaría cuando alguien aprecia la belleza física y tras ello progresa hacia la belleza espiritual.
Como resultado, el amor platónico no se orienta finalmente a la persona, sino a la belleza en sí misma. Pues, se parte de la belleza física a la esencia. Y esta esencia es eterna e inmutable, perteneciendo al mundo de las ideas y no el físico en el que estamos inmersos.
Amor platónico como camino a la sabiduría
Es cierto que coloquialmente se suele entender que el amor platónico es aquel que se idealiza y que no abarca el deseo sexual. Por extensión de esta idea se le suele mencionar como el sentimiento romántico que se tiene por una persona que, por algún motivo, resulta inalcanzable. Por lo tanto, dicho amor no puede incluir un vínculo sexual.
Sin embargo, cabe resaltar que esta idea de un amor imposible de alcanzar o no correspondido con la cual se define el concepto de amor platónico en el habla cotidiana no es correcta. En realidad no tiene relación con lo descrito en los diálogos platónicos mencionados anteriormente, cuyo enfoque filosófico tiene implicaciones muy diferentes.
Para empezar, cabe recordar que el primer sentido que debemos adjudicar al amor cuando nos referimos a este filósofo es el que da nombre a nuestro propio proyecto Philos Sophia. Es decir, en primer lugar el amor es amor al conocimiento y la sabiduría (que es el sentido etimológico de la expresión que da nombre a esta página). En consecuencia, el amor platónico no implicaría tanto el amor a una persona idealizada sino que, en primera instancia, aludimos al amor por conocerla. Además, siendo para este autor la belleza del cuerpo el reflejo de la belleza espiritual, el alma humana debe aspirar a conocer esa belleza esencial y no tanto quedarse en la superficie. De ahí el sentido amoroso que estamos describiendo.
Fases del amor platónico
Además, si acudimos a los diálogos en los que el autor trata el asunto (entre los cuales recomiendo especialmente su obra “El Fedro”), según Platón, al encontrarnos con la belleza surge en nosotros el amor, que vendría a definirse como el impulso o la determinación que nos empujan a conocerla y contemplarla. A partir de aquí, surgirían una serie de fases que se dan en el enamorado de forma gradual. En cada una de ellas, el protagonista aprecia un tipo de belleza en particular, siendo estas a grandes rasgos:
la belleza corporal. Fase que a su vez puede dividirse en dos pasos. En primer lugar sentimos amor por un cuerpo bello en particular, y luego apreciamos la belleza física en general;
la belleza de las almas. Atravesada la apreciación del aspecto físico de una persona, comenzaremos entonces a enfocarnos en su interior, en el plano moral y cultural. Así el amor puede trascender la carne y apuntar al alma;
la belleza de la sabiduría. A partir de lo descrito, la admiración del espíritu conduciría a un amor por el conocimiento;
la belleza en sí misma. Si hemos sido capaces de superar cada una de las fases anteriores, entonces se revela ante nosotros el amor por la belleza en sí misma, desprendida de cualquier objeto o sujeto. Es el nivel de amor supremo.
Este último paso se caracteriza por conocer de forma apasionada, desinteresada y pura la belleza. Pero no ya en referencia a lo físico, sino en cuanto a su esencia más verdadera. Como resultado el enamorado que ha alcanzado estas fases será el sabio, que es capaz de adentrarse en el conocimiento de la Idea de Belleza. Y con ello, gozará de un sentimiento que no se corrompe ni se ve alterado con el paso del tiempo. Por lo tanto, no se trata de un amor imposible, sino de uno que se basa en la apreciación de las ideas y las formas perfectas, inteligibles y eternas.
Amor en Schopenhauer
Por su parte Schopenhauer tendrá una visión muy diferente de este mismo fenómeno. El alemán afirmará que para empezar a analizar el amor hay que meditar sobre la importancia que este sentimiento tiene en nuestras vidas. Y al hacerlo, este genio afirma que la esencia del amor es la elección individual de una pareja para procrear.
Aunque es posible que esta idea para muchos genere cierto rechazo, debe tenerse presente que Schopenhauer era un buen conocedor de los avances científicos de su tiempo. Con lo que la cuestión darwiniana de la evolución de la especie no le era ajena y sabía de la importancia de la biología en estos asuntos. Aunque la definición parezca cruda, cabe preguntarse si esto es tan diferente de algunas posiciones actuales que buscan la causa de este fenómeno en el cerebro, las cuales analizaré unas líneas más adelante.
En el caso de este autor, además, el hecho de que remita con él a nuestra propia naturaleza hace que le otorgue a este asunto no poca importancia. De hecho, que existan personas que enloquecen por amor demuestra la importancia de la existencia de éste. Por ello, es posible que aunque no quepa reducir el amor a la biología ciertamente esta tenga mucho que decir sobre el asunto.
En definitiva, para este autor el objetivo real del amor es crear un nuevo ser y la prueba de esto es que una persona que ama no se conforma con la correspondencia de ese amor, sino que necesita el contacto y el goce corporal. Este cambio en la forma de ver las relaciones humanas respecto a este sentimiento guarda mucha relación con la época. En este tiempo, el cuerpo se añade como objeto de estudio filosófico (de lo que tiene gran mérito precisamente este pensador), comienza a cocerse la fenomenología y por si fuese poco estamos en el romanticismo.
En conclusión, aunque de manera completa la aportación de Schopenhauer no es satisfactoria si que apunta cuestiones importantes a la hora de estudiar el comportamiento del enamorado.
Concepciones del amor en la antigüedad y en el romanticismo
Para entender las enormes diferencias entre ambas concepciones hay que acudir a las ideas que rodeaban a estos filósofos, y con ello, a su tiempo. Con dicho objetivo haré un repaso por la antigüedad y el romanticismo. Quizá las aportaciones de estas épocas nos ayuden a entender la concepción actual de amor posmoderno, que trataré también en las líneas que siguen.
Del eros griego a la concepción platónica
El amor desde la concepción griega se remonta, en principio, a la mitología, de donde recibe el nombre de Eros. En griego antiguo eros significa amor y pasión. Pero, ¿es este el de la concepción platónica?
El Eros griego
Eros es el dios griego del amor y el deseo sexual. También fue a veces adorado como dios de la fertilidad. Se cree que un contemporáneo de los primigenios del Caos, por lo que Eros uno de los dioses más antiguos.
Generalmente, el Cupido romano es representado como un joven con alas, con su arco y flechas listas para disparar a los corazones de los dioses o mortales, y hacer que despierte el deseo en ellos. Sus flechas se dividen en dos tipos: de oro con plumas de paloma que despiertan el amor, y flechas de plomo con plumas de búho que causaba la indiferencia. Era considerado un ser sin escrúpulos, y un peligro para quienes lo rodean. Eros haría tanto daño como él podría, posiblemente por herir los corazones de todos. Sin embargo según el mito de Eros y la Psique narrado por Apuyuelo, él mismo cayó en el amor.
Se puede decir entonces que el Eros mitológico es puramente pasional y está orientado al amor carnal. Después de todo, siempre está acompañado de Afrodita, diosa de la belleza que está estrechamente vinculada a la lujuria en el pensamiento griego.
¿Pero es el eros de la mitología griega el mismo eros al que se refiere Platón en el diálogo El Banquete? Con lo ya descrito el lector puede imaginarse que claramente la respuesta es negativa.El eros mitológico orientado al amor carnal y al deseo sexual difícilmente puede ser compatible con el pensamiento platónico, ya que según éste, el cuerpo es la cárcel del alma.
Platón y el Eros griego
Para Platón el amor no es un dios como en los mitos, sino más bien un daimon. Esto sería, a grandes rasgos, un espíritu intermediario entre los dioses y lo hombres. Los dioses poseen la belleza y la inmortalidad. El amor, en cambio desea siempre lo bello, y lo desea justamente porque carece de ello. Sin embargo, el amor, aunque carece de la belleza que tanto anhela, tampoco es feo ni malo, sino que es un punto intermedio entre lo bello y lo feo. Lo cual se explica atribuyendo el origen de Eros, a Poros (la abundancia) y a Penia (la pobreza) como sus padres.
Como resultado, el amor en Platón es algo más humano que divino. Pero de igual forma es la fuerza que nos impulsa a alcanzar las ideas eternas, de ahí su condición intermedia.
Con este cambio en la concepción mitológica, en su obra El banquete, Platón habla del amor descrito en lineas anteriores. Ese amor como motivación o impulso que lleva al conocimiento de la Forma o Idea de la Belleza y con ello a la sabiduría.
Claramente, esta visión del amor y del ser humano lleva consigo una creencia: la creencia en un mundo perfecto, bueno y alejado del material. La esperanza en un mundo mejor. En resumen, el amor sería la fuerza creadora o que engendra (no necesariamente en sentido físico, es decir, el del alma engendraría bien y felicidad). Pero lo principal es que es donador y fecundo.
El Romanticismo
A finales del siglo XVII y principios del XIX en un principio se continua con un modelo tradicional familiar dividido en roles. Con ello, el sexo es bien visto exclusivamente en el matrimonio. Pero se empieza a dar un cambio en estas actitudes debido a las distintas transformaciones en la sociedad. Como resultado, para el caso que nos ocupa, el romanticismo representó un movimiento ideológico en la primera mitad del siglo XIX que ubicó las fuerzas irracionales, las intuiciones, los ensueños, los instintos y la pasión amorosa.
Poco a poco, la forma de pensar de las personas cambia y se pasa a demandar libertad y derechos, uniendo en esta libertad a la mujer aunque de una forma tangencial. Estos cambios también influyen en el matrimonio. Crecen los matrimonios por amor y no por conveniencia. Por otro lado se da un exilio del campo a la cuidad y esto da como resultado que las personas puedan casarse con personas de sitios diferentes. Lo cual fomenta la diversidad.
Concepción del amor en el romanticismo
Será en este ambiente cuando surge el concepto de amor romántico. Este amor incide más en las mujeres debido a la idea de felicidad individual y a la legitimación progresiva del matrimonio por amor. Muchas ven la posibilidad de alcanzar una autonomía a través del amor y la paz conyugal.
Estas situaciones proporcionaron la primera “revolución sexual”que se dio lugar al prestar una mayor atención a los sentimientos. Lo cual llevó a un compromiso femenino más completo con la relación amorosa y a una sexualidad afectiva no utilizada para procrear.
Pero al mismo tiempo aunque estos cambios traen de la mano un amor que incluye la pasión también motivarán numerosos estudios que pretenden establecer la distancia que existe entre esta y el amor, pues no toda pasión será amorosa.
En definitiva, en esta época aparecerá la concepción del amor más ardiente de todas. Entre los enamorados existe una gran pasión. El deseo sexual es muy fuerte, existe una atracción física y mental. Este amor no mediría las consecuencias, hay una dependencia el uno del otro. Pero también puede desaparecer, ya que es repentino e incontrolable.
De hacer un pequeño resumen es posible decir que este amor mezcla el deseo sexual y el emocional. Pero también tiene como precio una gran dependencia emocional, pues es azaroso e irracional.
Pasión en el romanticismo
En su modalidad más sensual el amor pasional está basado fundamentalmente en la relación erótica. Este buscaría la fusión completa de los cuerpos. Pero, como consecuencia, los protagonistas experimentan sentimientos de posesividad y dependencia física, producto de esa pasión incontrolada.
En el romanticismo este tipo de pasión, como se ha dicho, adquiere un gran protagonismo, y por ello aparecen distinciones entre amor y pasión. ¿Cuáles eran las diferencias que se establecían entonces?
La diferencia está en que la pasión es una fuerte motivación que nos impulsa y nos dirige con el fin de satisfacer la necesidad biológica de reproducirnos. De esta forma la pasión está mezclada con el impulso sexual, lo cual casa bastante bien con la concepción descrita en líneas anteriores de Schopenhauer, que era hijo de este tiempo.
No obstante, no cabe reducir esta pasión al desahogo de nuestro instinto sexual. Pues en ella quedan incluidas las ilusiones y expectativas de los que la sienten. Y es que esta pasión podría dar lugar al amor, mientras que el deseo sexual satisface momentáneamente. Con el amor se disolverían las fuertes emociones, el éxtasis, el anhelo desmedido, el pensamiento obsesivo y la energía intensa. La pasión poco a poco se iría transformando en sentimientos de seguridad y comodidad, en una sensación de calma, en una unión satisfactoria.
Lo que solemos llamar amor romántico
Precisamente lo que hoy llamamos amor romántico es heredero de estos elementos señalados y de esta época en concreto. Siendo hijo de esta pasión desbordada tiene como sello de identidad la irracionalidad. Algo que gracias a la estética de las obras literarias que lo han tratado caló hondo en nuestra sociedad, pero que tiene su contra partida.
Este amor que surge de nuestra entrega total e irracional al otro empezó a ser considerado como un sentimiento diferente y superior a las puras necesidades fisiológicas, como el deseo sexual o la lujuria. Implicando, generalmente, una mezcla de deseo emocional y sexual, poco a poco se le fue dando más énfasis a las emociones que al placer físico. Algo que marca una enorme diferencia con el amor platónico referido anteriormente, que se centraría en lo espiritual. Las características más señaladas de este tipo de amor se difundundieron a través de relatos literarios, películas, canciones… Y llegó a popularizarse tanto que prácticamente ha sido durante mucho tiempo el único amor concebido por gran parte de la sociedad.
Esto ha llevado a la popularización a su vez de muchos de sus tópicos. El conjunto de estos nos describen un tipo de afecto que, se presume, ha de ser para toda la vida (te querré siempre), exclusivo (no podré amar a nadie más que a ti), incondicional (te querré pase lo que pase) e implica un elevado grado de renuncia (te quiero más que a mi vida). Pero, ¿es esto positivo realmente? ¿No señalan estas expresiones limitaciones de los amantes más que posibilidades para su desarrollo en conjunto?
Precio del amor romántico
Este modelo de amor ha dado como resultado una idea de cómo debe ser la relación afectiva entre los individuos. Cuando un tópico coge fuerza, difícilmente se puede escapar del mismo. Y con ello, se reduce el margen de libertad de los individuos, que terminan siendo esclavos de una idea abstracta. Lo cual fomenta la frustración si no se consigue dicha idea, en lugar de permitir el disfrute de lo que se da de forma presente. Esto ha sido una de las enormes consecuencias de este ideal amoroso.
Este modelo de amor idealizado en el que se fomenta la entrega total de lo que somos para conseguir una relación acorde con dichas ideas crea fácilmente falsas expectativas en la persona. Pues al idealizar al otro, proyectamos en él o ella nuestro deseo, más que aceptar su verdadera condición de ser.
Evidentemente, dicha actitud conduciría irremisiblemente a la frustración. Y es que siendo la imaginación tan libre como es, buscaremos una persona perfecta que satisfaga nuestras carencias. Pero ¿es esto amor o simplemente consuelo? Crear expectativas de este tipo suele asegurar el fracaso afectivo, al confundir apego con enamoramiento. ¿Es bello realmente que el ser amado le necesite a su lado para poder desarrollarse? ¿No es mucho mejor que quiera estar a su lado para disfrutar de su libre desarrollo? ¿Quiere usted alguien que le acompañe por necesidad o simplemente por querer disfrutar de su compañía?
El amor romántico implica una dependencia del otro que no solo es insana para el enamorado, sino que además no es justa para ninguno de los protagonistas de la relación afectiva. ¿Quieren ustedes encadenar su alma a otra alma o disfrutar junto a otra alma de un vuelo en conjunto?
Además, aunque originalmente el amor romántico habría supuesto un estímulo para una primera emancipación femenina, en cuanto que ya podía disfrutar de un matrimonio por amor más que por obligación, esto no suponía la emancipación definitiva, sino un pequeño paso hacia ella. Y es que la llegada del amor romántico nos hizo a todos esclavos de nuestras expectativas e ilusiones, lo cual no nos permitía salir de los cánones establecidos por el modelo de relación establecida. Siendo esto así, ¿es posible identificar el amor romántico como amor o se trata de una idea desvirtuada de este?
En la actualidad no son pocos los expertos que se decantan por la segunda opción, pues no cabe confundir el amor con el apego. Asistimos a un cambio de nuevo. Cabrá preguntarse entonces, qué otra concepción es la que rodea a la sociedad que somos hoy.
Amor posmoderno
Mientras que en el amor romántico pagamos el precio de una dependencia emocional que puede ser perjudial para el desarrollo de los protagonistas que lo viven, con la llegada de la posmodernidad, al hacernos conscientes de este hecho, ha aparecido la búsqueda de librarse de dichos tópicos para disfrutar de nuestras emociones sin ser esclavos de dicha dependencia. Pero, ¿se ha conseguido? Y lo más importante, ¿tiene esto algún otro precio?
El amor posmoderno está basado en la fluidez, el cambio y el devenir, ya que busca una independencia emocional y no la unidad a través del amado. Como consecuencia, se han popularizado unas relaciones abiertas que impedirían caer en esta dependencia.
Nuestra sociedad ha ido cambiando, y la vivencia del amor y la sexualidad hoy es muy diferente a la de los tiempos anteriores. Todos hemos sido testigos de estos cambios en el discurso sobre el amor y el sexo. Han sido notables los acontecimientos que han influido en este cambio de perspectiva. Entre ellos destacan la llegada de los métodos anticonceptivos a mediados del siglo XX; las revoluciones sociales y democratización del poder; igualdad de roles de género; transformación de la estructura familiar y legalización del divorcio.
Problemas del amor posmoderno.
Estos cambios han permitido una diversidad sexual que claramente enriquecen nuestras libertades. Y como resultado, hemos tenido que reinventar el amor. Pero, ¿está ya todo hecho?
Anthony Giddens, sociólogo, se refería al amor romántico como el modelo que venía desde la sociedad moderna y que ha sido fundamento del matrimonio y la monogamia, sobre todo en la cultura occidental.
Para atender a sus tópicos solo hay que acceder a populares películas en las que él o la protagonista corre tras su amor o canciones que tienen una temática de desamor. Por otro lado, de este tipo de amor surgen ideas como la de la media naranja que nos hace pensar que hay una persona en el mundo que nos puede completar. Pero, ¿no es mucho mejor construirse como un ser completo y compartir lo que se es a esperar que otro nos complete?
Amor confluyente
Giddens llamó amor confluente a aquél en el que encontramos más posibilidades de sentir satisfacción y plenitud. A su juicio, el amor romántico hace que las personas dependan unas de otras. Además ha hecho que las mujeres dependan del matrimonio y de encontrar a ese hombre que desean para poder justificar su sexualidad.
Esto tiene como consecuencia que para los hombres en el “romántico” hay una relación de dominación. La mujer pasa a depender del ser amado. Y ambos amantes, frente a la sensación de que el otro le completa difícilmente tolerarán el fracaso amoroso o aceptarán la libertad ajena. Como resultado el otro, y más comúnmente la otra, pasa a ser una posesión más que una compañía unida por el amor. Esto ha llevado no pocas veces a recurrir a la violencia para mantener el dominio frente a esta virtual posesión, que sabemos sigue siendo un problema en la sociedad actual.
Como alternativa a ello, este sociólogo habla de un amor confluente. Este se caracterizaría por la unión voluntaria de las personas con un interés y satisfacción no sólo afectiva sino también sexual común. No se trata ya de una relación de dependencia sino de una voluntad que une y que permite mostrar la vulnerabilidad y las necesidades al otro.
La búsqueda del placer sexual recíproco se transforma. El erotismo ya no distingue entre mujeres “respetables” o “impuras”. El amor confluente surge en una relación que presupone la igualdad en el dar y recibir emocional y sexualmente. Pero este amor también tiene problemas cuando lo llevamos a la práctica, y el problema no es tanto la idea presentada como el hecho de que aún nosotros no hemos aprendido.
El problema del individualismo
Sabemos que las transformaciones sociales de los últimos años han sido enormes, por lo cual, no caben solo citar las ya referidas. También otros cambios han influido en la manera que tenemos de relacionarlos con los otros. Pero si cabe destacar uno es el creciente individualismo en cada uno de nosotros.
Con el auge del capitalismo recibimos constantemente estímulos que nos invitan a perseguir nuestra felicidad a través del consumo. Todo a pasado a tener un precio, y creamos deseos que pretendemos sean satisfechos de manera instantánea. ¿Se ha convertido así el “otro” o la “otra” en un producto más para alcanzar un placer determinado?
Con las trasformaciones resultantes de este proceso los lazos afectivos se han flexibilizado para atenerse a las nuevas expectativas del individualismo y a la búsqueda de satisfacción de las necesidades del ego. Estamos buscando que la relación amorosa no se base en la dependencia para que cada cual pueda gozar de su libre desarrollo, lo cual es positivo. Pero en el camino, los vínculos interpersonales se han vuelto más frágiles, vulnerables y precarios. De hecho, como reflejo de ello aumentan los divorcios y en la actualidad hay personas que van cambiando constantemente de relación pero nunca se sienten satisfechas. ¿Es esto producto de nuestra libertad o hay algo más?
Probablemente en gran parte de casos se debe a nuestra condición de ser libres, y de que cambiamos con el paso del tiempo. Pero también ocurre que, tal y como hacemos con cualquier producto que se nos ofrece en televisión, si no nos satisface la persona pues cambiamos para así encontrar lo que queremos en realidad. ¿Estamos saliendo de las redes del amor romántico para amarrarnos ahora a las del utilitarismo?
Amor en la sociedad capitalista. El otro como una mercancía
El consumo de una sociedad de mercado ha degenerado nuestros vínculos personales al tratar al otro como una mercancía más de la que la persona puede desprenderse o desecharla por no adecuarse a las necesidades de su ego. Como resultado, al implicarnos en una relación las intenciones son modestas, no se hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes. Uno pide menos, y se conforma con menos. Los vínculos duraderos despiertan ahora la sospecha de una dependencia paralizante, no son rentables desde una lógica del costo-beneficio.
Quizás el problema no está en el amor, sino en nosotros mismos. Nos entregamos ahora al canon establecido por la pareja de moda, aquella que parece ser la imagen del éxito. No hablamos del cuidado. No queremos admitir al que no se adecua a nuestro ideal de perfección. Hemos cambiado los referentes que teníamos en el amor romántico, pero en lugar de abrazar desde nuestra libertad, hemos sustituido un referente por otro. Librados de la dependencia del otro hemos caído en la dependencia de unos deseos que no apuntan a la realidad, sino a expectativas creadas que siguen dejándonos insatisfechos.
Para hablar de amor intuyo entonces que todos los problemas apuntan a lo mismo. Solo podemos disfrutar de una relación si se parte de la libertad de cada uno. Pero debemos incluir no solo la libertad física sino mental. Hay que tirar las barreras que existen en nuestro inconsciente. Se necesita entonces previamente un trabajo sobre nosotros mismos.
Pero había empezado el escrito buscando la definición de amor. Esto indica la libertad como requisito para disfrutar de las relaciones humanas. Sin embargo, no nos da una definición concreta sobre la naturaleza de este sentimiento.
¿Qué es el amor?
Seguramente cada cual tiene una respuesta a esta pregunta. Por lo variado de las definiciones del mismo será imposible entonces dar una descripción definitiva. Sin embargo, puede resultar interesante acudir a una de las más utilizadas en la sociedad actual para explicarlo, tanto a él como al sexo. Es común dar con publicaciones que atienden a encontrar la definición mágica acudiendo a la biología y el cerebro. No son pocos los que hablan de endorfinas, oxitocina, procesos neuronales, instintos…Pero, ¿esto lo explica todo?
Me detendré en este asunto para averiguar que hay de verdad sobre ese mito moderno de “el amor en el cerebro” que tan popular se ha vuelto en la red.
El mito del cerebro
Por mas que les pese a los cínicos, los escépticos, los decepcionados y los incrédulos, el amor existe. Eso si, cierto es que cabe preguntar, cuando nos enamoramos, ¿qué sucede en nuestra mente y en nuestro cuerpo?
Aparte de sus aspectos empíricos, siempre personales e introspectivos, el amor también puede ser examinado por la ciencia en cuanto experiencia humana. Recientemente la neurociencia ha hecho descubrimientos interesantes y hallazgos asombrosos con respecto a la experiencia amorosa. Claro que esto no explicaría el surgimiento del amor, como fácilmente se escribe en titulares sensacionalistas, sino que estos datos describen como actúa nuestro cerebro al encontrarse con él. Es como cuando nos encontramos con un árbol. Él esta ahí antes que el cerebro del observador. Cuando estudiamos cómo reacciona el cerebro frente a ese árbol estos procesos no sustituyen la realidad del árbol, sino que explican el proceso humano que se da al estar frente a él. Pero él es previo.
Así ocurre igualmente el objeto amado (entiéndase la palabra objeto en el sentido de objeto de nuestro amor y no como cosa en sí). Este es previo al proceso. Y para que se de dicho proceso actúan primero factores sociales, históricos, psicológicos… Todos en conjunto son los que hacen que esa persona sea amada, para lo cual se llevan a cabo una serie de reacciones. En ellas es en donde entraría el cerebro. Es decir, el cerebro explica el cómo, pero no el qué o por qué.
El cerebro del enamorado
El cerebro es el órgano donde se llevan a cabo todas las reacciones químicas que acontecen en nuestra vida y experiencia. Entre ellas también la amorosa. La rama de la neurociencia orientada a examinar el amor (entre la que destaca la neurofenomenología), hoy en día está en condiciones de poder reunir una ingente cantidad de información refinada y muy interesante.
El privilegiado órgano que llevamos en el interior de nuestros cráneos, con mas de cien mil millones de neuronas, es la “gasolina” o “energía” que permite que surjan procesos mentales y emocionales (como el amor). Pero ser la energía que mueve un cuerpo no es ser ese cuerpo. De ahí que ser el que da los elementos que permiten la manifestación física del sentimiento no le identifica con este sentimiento.
Es cierto que los neurólogos para simplificar nos explicarían que en el cerebro se gestan los procesos que nos hacen desear y amar. Sin embargo, los neurólogos, los antropólogos, los sexólogos y los psicólogos coinciden en que el amor es una experiencia absolutamente espiritual y vital. No se trata de que el amor no exista, sino que es una experiencia humana. Por ello, el neurólogo ni siquiera estudia el amor como tal, sino al cerebro de la persona que lo siente intentando explicar el proceso neuronal que se desarrolla al aparecer este sentimiento, así como sus manifestaciones físicas.
Sin embargo, aunque el amor no pueda explicarse acudiendo solo a redes neuronales cierto es que los datos sobre este asunto son interesantes. Con ello, aunque la neurociencia no pueda responder qué es el amor si puede decir qué ocurre en nuestro cerebro cuando nos enamoramos.
Proceso cerebral del enamoramiento
Vamos al proceso de enamoramiento que se usa a veces como excusa para negar la realidad del amor o estrecharla en los límites de la biología equivocadamente.
En los ojos comienza el fenómeno. El enamorado potencial mira a la persona que puede convertirse en la presencia amada. Acto seguido, la imagen de ésta se registra inmediatamente en la retina, estructura que envía una señal nerviosa que viaja a través de los nervios ópticos. Tras ello, los axones (que serían la prolongación de la neurona que permite trasmitir la información a otra célula, como el cable de un teléfono) de las neuronas transmiten, en milésimas de segundos, un estímulo eléctrico hacia el lóbulo occipital (encargado de registrar y procesar las imágenes, como la tele del cerebro). Allí, hacen sinapsis con las neuronas de su córtex, constituido por los núcleos de las neuronas.
Esquema de una neurona
En resumen en el córtex queda registrada la imagen de la persona que ha visto el futuro enamorado (es decir el cerebro le ha dado al botón de REC para que esa imagen no se olvide). Y con ello las neuronas que elaboran la imagen envían estímulos nerviosos que hacen sinapsis (esto serían conexiones entre ellas) en los centros neurales que constituyen el sistema límbico. En él se encontrarían el tálamo, el hipotálamo, la amígdala cerebral, cuerpo calloso, el septum y el hipocampo.
Para simplificar, en este sistema límbico lo que tenemos son las estructuras cerebrales que procesan la memoria, la atención, los instintos sexuales, las emociones intensas (el placer, el miedo y la agresividad), la personalidad y la conducta.
La respuesta de estos centros nerviosos consiste en sinapsis que sintetizan tres neurotransmisores fundamentales. Generealmente son estos las excusas más recurrentes en los titulares que hablan de amor en el cerebro. Primero la dopamina, luego la luliberina y, un poco después, la oxitocina (esta última titulada en grandes medios como la hormona del amor…). Otros mediadores químicos son la
serotonina, la feniletilamina y el factor de crecimiento nervioso (FCN).
Paremos un momento, ¿qué ha ocurrido en el ser humano que es portador de ese cerebro? Se han “encendido los lugares del placer”.
El centro del placer, dicen los
expertos, está constituido por el núcleo tegmental ventral, el núcleo accumbes,
la amígdala, el núcleo septal lateral, el núcleo y el tubérculo olfatorios y el
neocórtex. Especialmente en el hipotálamo se sintetiza la dopamina; esta molécula nos pone eufóricos, alegres, entusiasmados,
o más bien hace que nuestro cuerpo reaccione en función a estos sentimientos.
Estos procesos tienen como resultado que a nivel cerebral el objeto amoroso se ha convertido en el cerebro en una especie de droga que nos produce placer. Qué ocurre al acercarnos a la persona amada. Ocurre que todo nuestro cuerpo reacciona.Las pupilas se dilatan. El corazón incrementa sus latidos de 80 a 120 pulsos por minuto. Se eleva la presión arterial. La frecuencia respiratoria se torna más rápida. Aumenta la temperatura del cuerpo. Se erizan los vellos de nuestra piel. Activamos las glándulas sudoríparas. Se abren los poros de la epidermis y transpiramos.
La dopamina genera una reacción
en cadena que consiste en la transmisión de estímulos eléctricos que viajan
mediante las sinapsis a través de todo el cerebro anterior, el más
evolucionado. En el sistema límbico se inicia esta reacción en cadena y, sobre
todo, en el tálamo y en el hipotálamo, donde reside, al parecer, nuestra memoria afectiva.
El resultado es que la imagen de la persona que han visto nuestros ojos se queda en estos centros nerviosos, que aseguran, por la acción de la dopamina, la sensación de bienestar y gratificación. El carácter adictivo del amor depende de la dopamina, pero la reacción en cadena que inicia esta molécula se mantiene mediante la retroalimentación desencadenada por millones de sinapsis cuya función consiste en sostener ese estado de excitación, euforia, alegría, bienestar y fruición, que caracteriza al amor en la fase que conocemos como “el flechazo”.
De toda la corteza cerebral llegan al sistema límbico los estímulos aferentes; y los núcleos del sistema límbico responden con más sinapsis dirigidas al resto del cerebro. En cada sinapsis se intercambian estímulos eléctricos y se sintetiza más dopamina y los otros neurotransmisores. Esto significa que la neurona que tiene la dopamina sería como aquél que está bebiendo una copa y le pasa su vaso a otro, así sucesivamente hasta que en el cerebro hay una fiesta en la que todas las neuronas están excitadas. Entiéndase, claro esta, el ejemplo como algo ilustrativo, pues el proceso es muy complejo.
El contagio continúa, y en dicho proceso se verán implicados a su vez numerosos acontecimientos que ocurren en nuestro cerebro sin que seamos conscientes de ello. Podría continuar nombrando y explicando algunos de ellos. Pero seguramente lo descrito sea suficiente para que preguntemos, ¿es el amor la borrachera del cerebro?
¿Es el amor la borrachera del cerebro?
La respuesta a esta cuestión es claramente negativa. Y es que una cosa es la reacción de nuestro cuerpo ante una experiencia vivida y otra la experiencia de la misma. Así que, aunque no hemos dado con una definición del amor, al menos ya sabemos que no es. No es un proceso cerebral. El proceso no entiende nada de la persona y las expectativas del enamorado. Eso es algo que pertenece a su vivencia interna, y que depende de la persona que no puede verse reducida a su biología. La borrachera se produce tras el amor. La mayoría de estas reacciones aparecen de forma inconsciente y pueden aparecer en parejas que llevas muchos años juntos, solo que se han habituado a la “borrachera” y no la notan de manera consciente.
Hay otra cosa que señalar. En los ojos empieza todo se ha señalado. Pues bien, estos para provocar este proceso pasarían un filtro en el que un hilo es la historia de la persona, otro sus gustos, otro la cultura, otro tus sueños… No podemos reducir la relación amorosa a condicionantes de la evolución, aunque estos jueguen su papel. Dicho discurso sería “acpetable” si fuésemos monos, y porque lo fuimos el cerebro reacciona asi. No obstante, incluso en este caso deberíamos enfrentarnos a dificultades pues en todos los mamíferos el factor social también tiene una relevancia enorme.
Además existen en nosotros varias particularidades que apoyan aun mas la afirmación de que el amor no es un proceso bio-químico, aunque si provoque un proceso de este tipo.
Lo que dice la biología
Si atendemos a la biología estamos “diseñados” para ser promiscuos. Es algo que la biología conoce desde hace tiempo gracias a los estudios sobre dimorfismo sexual, entre otras cosas. Esto viene de cuando éramos monos. ¿ Qué datos nos da la biología sobre este asunto?
En el caso de los gorilas, los machos luchan entre sí hasta que uno de ellos termina expulsando a los demás y tomando posesión de un harén de varias hembras. Por ello, los machos grandes y fuertes tienen ventaja para reproducirse. El resultado entonces es un acentuado dimorfismo sexual: el macho del gorila es casi el doble de grande que la hembra.
Sin embargo, no hay grandes
diferencias de tamaño entre los machos y las hembras de los chimpancés y
bonobos, que son promiscuos. Estas especies solo se diferencian genéticamente
en un 1,6% de nosotros. La vida de los bonobos es una orgía constante. Todos
los machos copulan con todas las hembras, que no tienen celo ni presentan signos
externos de ovulación, igual que en los humanos.
La cópula, en estos, no solo sirve para la reproducción, también es una forma de cohesionar el grupo. En tal situación, la pelea por las hembras no es necesaria (de hecho en los bonobos es común que la hembra mande y sea la que copule con los machos del grupo).
Si los machos no se pelean entre sí, ¿cómo se asegura la supervivencia de los más aptos? La respuesta es la competencia espermática. Sus espermatozoides libran la batalla dentro de las hembras, mezclados con los de otros machos. El semen de mejor calidad tendrá más posibilidades de fecundar, es decir la hembra copula con todos y el mejor semen gana.
También influye la cantidad. Los
bonobos tienen los testículos más grandes y producen la mayor cantidad de semen
en cada eyaculación en proporción a su tamaño. En comparación, el gorila tiene
un micropene de apenas cuatro centímetros y produce poco semen durante un coito
de 16 segundos. ¿Para qué más? Su paternidad está asegurada después de ganar la
pelea.
Todo parece indicar que la competición espermática también tiene lugar en los humanos. Pocas diferencias de tamaño entre macho y hembra, testículos grandes, el segundo mayor volumen de eyaculado y, por si fuera poco, el pene más grande de todos los primates. Todo esto señala que somos hermanos de estos bonobos y por tanto como llegamos al mundo preparados para la promiscuidad.
Bonobos
Además, la corona del pene humano tiene una forma acampanada que no se ve en otros simios. Según varios estudios, está diseñada para crear vacío en cada embestida y, así, extraer el semen de competidores anteriores, con el mismo principio que un desatascador casero.
Pero entonces, la cuestión es: si
nuestros cuerpos no están hechos para la monogamia, ¿por qué hemos cambiado?
Al llegar a Neolítico fuimos protagonistas del que seguramente fue el cambio en la estructura social más importante de nuestra historia. Y en este, descubrimos las “ventajas” de ser monógamos.
Más allá de la biología
No son pocos los utilizan lo expuesto acerca de nuestra biología para decir que no tener pareja es lo natural. Puede que estén en lo cierto. Pero cabe tener en cuenta que hace mucho que no somos solo primates y que nuestra forma de vida nos alejó del bonobo. Si este cambio es positivo o no cada cual juzgue según piense.
La reflexión siempre debe ser libre. Pero lo cierto es que a partir de este cambio en la reproducción sexual empezamos a hacer cosas como el arte, convivir socialmente, no abandonar a nuestros hijos…Algo que se resumiría afirmando que llegó el momento de trascender la naturaleza para dar paso a la cultura, pasamos de monos a seres humanos.
A partir de aquí, las leyes naturales no son las únicas a tener en cuenta, ni tampoco los procesos que son producto de ella. El ser humano pasó a ser más complejo. La cultura, la sociedad y la psicología de los individuos tienen en lo que somos un peso enorme, tanto como nuestra condición biológica. Y cambiadas estas condiciones también se transforma lo que es positivo o no para el mantenimiento de dicho tipo de vida. Por ello, aunque anteriormente la “estrategia” de andar de flor en flor era productiva y sencilla, y mejor para reproducirse en gran número, la nueva forma de comportarse en la sexualidad aumentaba el nivel de tolerancia de la persona y en el Neolítico nos ayudo a sobrevivir como comunidad.
Seguramente esto se fue al traste a medida que la misma sociedad se volvía más compleja. A mayor número de individuos más difícil la organización. Con ello poco a poco, aunque avanzamos en muchos sentidos, también la cultura nos limitaba en cierta manera. Al convertirnos tiempo después en una sociedad patriarcal en la que el matrimonio se acordaba para tener una mujer esclava, llegamos poco a poco a imaginar distintos tipos de amores, como los señalados anteriormente, que nos han impedido hasta el día de hoy dar una definición exacta de esta vivencia y que a veces ha supuesto un freno para el libre desarrollo.
De esto cabe decir que aunque la biología no nos dice que es el amor nos ha dicho que no es. No es un proceso químico. No es tampoco un proceso social. Pero si sabemos algo. Todos estos aspectos, sociales, históricos, biológicos, cerebrales…juegan su papel en conjunto. Sin embargo, seguimos como al principio. ¿Qué definición dar entonces a esta experiencia humana que todos vivimos pero que tan difícil es resumir en palabras?
Creatividad del amor. Amor definido…
La única conclusión posible es que, en términos teóricos, el amor es un secreto desconocido. Las relaciones amorosas han trascendido la biología, han variado con la historia, y con la posmodernidad hemos abierto la puerta a distintas formas de vivirlas, a pesar de que aún estemos en la tarea de no caer en las redes de un discurso individualista que permita tratar al otro como un objeto.
Cada persona es un universo que experimenta la experiencia amorosa de una forma u otra. Con lo cual no cabe ridiculizar al que prefiere una pareja estable ni acusar al que va de flor en flor. El amor es creativo, y de ahí que no pueda reducirse a la biología, ni a la cultura, ni a la psicología….Tiene un poco de todas sin reducirse a ninguna. Es el precio de ser humano. Pero también es una oportunidad para compartir lo que somos, proyectarnos hacia los otros, siempre y cuando se haga desde la libertad de la persona.
En definitiva, hay tantos discursos sobre el amor como formas de experimentarlo. En la misma disciplina filosófica podemos elegir numerosas perspectivas sobre el asunto, como la de Erich Fromm, Maria Zambrano, Julían Marías…Pero las grandes diferencias que se dan entre estas son pruebas de la falta de definición del mismo. Quizá estuviera en lo cierto el maestro con el que empecé este artículo, Don Miguel de Unamuno. Puede que ninguna definición sea acertada porque el amor definido deja de serlo.
NO NI NÁ, un programa poco convencional, de corte cínico, con filosofía y buen humor. Como en cada programa damos nuestro particular repaso a la actualidad, luego hablamos con uno de los grandes personajes de nuestro pasado, en esta ocasión nos vamos a la Grecia Arcaica y conocemos a la poetisa Safo.
Y, finalmente, dialogamos, practicando nuestro particular juego de mayéutica, con Alejandra de Locura, poeta sevillana que acaba de publicar su obra: Poesía para dementes. Alejandra se define como una activista del sentir, de lo que deja huella en sus versos en los que invita a la reflexión, a la vida auténtica, pero sin caer en la banalidad, desde la propia experiencia del dolor y la pérdida.
Hablamos del sentir, de poesía, de catarsis, de filosofía, de la convención social. Un diálogo que da para mucho, y poco convencional.
“La grandeza del ser humano consiste en su habilidad de conocer su miseria”.
Pensamientos. Pascal. Fragmento 105.
Nos aburrimos, pero también buscamos constantes distracciones y tareas. Parece que siempre queremos hacer cosas, lo necesitamos. Así, de hecho, pensaba también el mismísimo Pascal. Nuestra mente siempre quiere ocuparse de un afuera.
Como prueba basta atender a los datos del periodo de cuarentena que vivimos no hace tanto como parece. En él, la industria audiovisual tuvo más demanda que nunca, tanto es así que en ella se han dado numerosas transformaciones para saciar a un espectador más ocioso que nunca.
Podríamos haber ocupado esta etapa para reflexionar. Aquietar nuestra mente. Pero estos datos muestran que necesitamos constantemente estar haciendo cosas. Algo que muchos podrían pensar puede ser un sello de nuestro tiempo, en cuanto que vivimos en la era de la comunicación y la industria audiovisual. No obstante, esto, posiblemente, ha ocurrido desde siempre.
Tanto es así, que el mismo Pascal en su obra Pensamientos ya describía esta característica del ser humano, que al parecer, no lleva bien la quietud.
“La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”.
Pensamientos. Pascal.
Incapaces de quedarnos quietos
“Se ha declarado el Estado de Alarma”, esta sentencia inició un periodo de cuarentena. Un moemento en el que todo paraba, y nosostros mismos iniciamos en nuestro Canal de Youtube unas tardes de café filosófik para fomentar la reflexión.
Así comenzamos a entenderlo. Paraba el trabajo, las relaciones sociales. La gran mayoría se enfrentaría al aburrimiento. Y para combatirlo quizá tocaba meditar sobre nosotros mismos y el mundo en el que estamos inmersos.
Pero no duramos mucho en estado meditativo. De hecho, pronto comenzó a aumentar el consumo audiovisual. Según las estadísticas, de hecho, hemos visto de media seis horas diarias de televisión, sin contar el resto del tiempo que hemos pasado frente a otras pantallas como el ordenador, durante dicho periodo.
Para acompañarnos en el aislamiento surgieron altruistas propuestas: juegos y canales gratis,directos en la red (fenómeno en el que nosotros mismos hemos participado), deporte compartido. Todo bajo la fórmula quédate conmigo en casa.
Desde casa jugábamos, conectábamos con amigos, hacíamos deporte, veíamos series…
En fin. Finalmente. ¿Alguien se ha aburría realmente? Era momento de reflexión, pero entre directos, ofertas, charlas desde los balcones, noticias… ¿Alguien dedicó este tiempo a la reflexión solitaria?
Posiblemente, la frase de Pascal tiene más actualidad que nunca. El ser humano no aguanta mucho tiempo sin hacer nada.
Ahondemos pues, en esta idea. Pues posiblemente describe algo de nosotros mismos que es necesario tener presente si aún insistimos en dedicar tiempo a la reflexión.
El Ser humano según Pascal
Recordemos, de nuevo, la frase de Pascal, una de las más citadas, y con más actualidad que nuca.
“La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”.
Pensamientos. Pascal.
¿Por qué nos ocurre esto? ¿Realmente somos incapaces de estar quietos como dice este maestro?
Lo cierto es que esta frase esconde una compleja concepción del ser humano según Pascal, que describe en su obra Pensamientos.
Para Pascal, el ser humano es un ser que se enfrenta a constantes dualidades y una extraña sensación de vacío e inquietud cuando no hace nada. Por ello, huyendo de su propia miseria, se centra en el mundo de afuera. Busca con lo que callar la mente. Con el ruido exterior. Haciendo cosas constantemente. Puesto que si para y reflexiona se enfrenta a una sensación de vacío que le inquieta.
Lo que hacemos pues, al buscar constantes distracciones, es huir de nosotros mismos. Y es que el ser humano, para Pascal, es, constantemente, un sujeto descentrado.
SUJETO DESCENTRADO
Si Descartes quiso convertir al sujeto pensante en el punto de Arquímedes y fortalecer su poder, Pascal, que reconoció también la grandeza del pensamiento, descentró al «sujeto».
Si bien en Descartes abundan los símiles tomados de la construcción y la arquitectura que simbolizan la solidez y la seguridad de la nueva filosofía. En Pascal se repiten las referencias al elemento líquido, inconsistente e inasible (flotamos, vagamos). Somos un ser descentrado, un sujeto líquido, que diría años más tarde Bauman, más que la construcción sólida de un yo.
Y es que, si a Descartes le interesaba la unidad, el orden de la razón y la cohesión, Pascal ahondaba en las disonancias, el desorden, las contradicciones, las paradojas y tensiones de la existencia.
Como Schopenhauer, años más tarde, Pascal es implacable cuando habla de la condición humana. Existir, auténticamente, es experimentar el abismo de la miseria, la incertidumbre, la inseguridad, el desencanto, el desamparo y el desasosiego. Situación de la que uno se evade por medio de la diversión y otros mecanismos de evasión.
De ahí que antes de enfrentarnos a las contradicciones siempre estemos evadidos. Ante la posibilidad de reflexionar sobre nuestras contradicciones inventemos algo que hacer. Estamos huyendo de nosotros mismos.
ILUSIÓN DE SOLIDEZ
Aún así, creyendo conocerse, el sujeto no advierte las profundas distorsiones que proyecta en todo lo que trata de explorar.
Dice Pascal, sobre ello, que el ser humano es vanidoso. Claro que, vanidad tiene para Pascal un sentido amplio y complejo. Significa inanidad, vacío, inconsistencia, insustancialidad. Se contrapone al ser. Es la apariencia o imagen que toma el lugar de la realidad. Vanidad se asocia con autoengaño, un fenómeno que nace del miedo a reconocer la propia miseria en el ser humano.
Pascal ve en el ser humano a un corazón vacío de bienes sustanciales que invierte el valor real de las cosas y concede importancia a lo que no lo tiene. Es banal, prisionero de la superficie. Porque tiene miedo de reconocer las dualidades que le atraviesan. Enfrentarse a su propia miseria y, con ello, responsabilizarse de su existencia.
Prefiere la ilusión de solidez en su vida, dirigida a quehaceres inventados, a la inconsistencia de su liquidez.
Para Pascal, el ser humano es:
<<…una nada con respecto al infinito, un todo con respecto a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente distante de comprender los extremos, para él, el fin y el principio de las cosas están insuperablemente escondidos en un secreto impenetrable, y es igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido extraído y el infinito donde está sumido>>.
Pensamientos. Pascal
ENFRENTARNOS AL VACÍO
En suma, Pascal describe en sus Pensamientos a un hombre escindido, débil y fragmentado. Es un monstruo incomprensible. De hecho, su grandeza, el pensamiento, no es sino conciencia de fragilidad y desdicha. La lucidez, por su parte, es la experiencia del dolor propio asumido. Y es esto, precisamente lo que se convierte en factor de dignificación personal.
Al igual que Unamuno, Pascal se escandaliza de que el ser humano pueda vivir sin preguntarse por su destino mortal y se concentre en lo superfluo. Pero en la mayoría de ocasiones, sabe, que el ser humano lo hace.
Está descentrado, porque dentro de nosotros no hay más que contradicciones que nos enfrentan a un vacío si paramos y reflexionamos sobre nuestra vida. Este vacío no es más que la falta de determinación de la misma, y así la necesidad de comprometernos con la realidad. Pero ante la angustia vital que pueda surgir de la contemplación que lleva al enfrentamiento con dicho vacío, enfrentamiento que nos dignifica, solemos buscar “cosas que hacer”.
¿Es por ello por lo que en nuestro tiempo, sobre todo, abunda la oferta para divertirnos y hacer cosas? ¿Es por ello por lo que cala tanto la idea del “aprovechar el tiempo” en un sentido meramente productivo, cual si fuese una mercancía que asumir en lugar de una dimensión que habitar? ¿Huímos de la oportunidad de estar quietos y enfrentarnos a ese vacío?
Si fuera así aún estamos a tiempo. De hecho, cada día lo estamos, ¿o ya no somos capaces? Pruebe usted, ¿es capaz de cerrar esta página y quedarse sin hacer nada en la cama para enfrentarse a sí mismo?
Ante tantas distracciones y como seres descentrados esto es lo que nos aconseja Pascal. Siendo así, yo misma paro de escribir, veremos cuánto aguanto sin hacer nada, porque el aburrimiento me incitará al movimiento, y quedarme en ese estado tampoco es la opción. En el punto medio está la virtud, decía el viejo Aristóteles. No es fácil el reto para un sujeto descentrado, pero al menos es un reto que quizá merezca la pena asumir.