Sócrates y la educación. El maestro también come

Sin duda Sócrates es, además de uno de los pilares más fuertes del pensamiento occidental, uno de los más claros ejemplos de maestro de vida, cuya existencia era el vivo ejemplo de sus propias palabras.

Tal y como ocurría con Diógenes, en el cual ejerció una importante influencia, este pensador hizo de su filosofía un modo de vida. Por ello es fuente de numerosas anécdotas que, aunque se remontarían a un tiempo ya bastante antiguo, son bastante eficaces para aprender de este griego tanto como de su proceder filosófico. Hoy atenderé especialmente a una de ellas con el objetivo de motivar la reflexión acerca de la educación.

La educación según Sócrates

Sabido es por el gran público que a este personaje le gustaba hablar en la plaza pública y desarrollar los temas más profundos relacionados con el ser humano. También que de él afirmaría el oráculo de Delfos que era el más sabio entre los de su tiempo, por el bonito hecho de que reconocía su propia ignorancia, partiendo siempre de la humildad necesaria para avanzar en el saber. 

Además, especialmente destacado para los tiempos que corren es el hecho de que para él la educación es una sagrada misión que no se puede prostituir con el dinero o recompensa que se reciba a cambio. A este respecto, Sócrates pensaba que así como se prostituye la mujer o el hombre que vende su cuerpo, pero no por ello se entrega a quien ama, se prostituye el que enseña, no por vocación de alma, sino como necesidad de subsistencia.

Desprecia entonces este filósofo lo que considera una triste venta de una enseñanza que no es tal, pues el conocimiento se trasmitiría a su juicio como un fuego, como una llama que encender y que solo es posible gracias a la pasión por el conocimiento, no como un pesado objeto que pasa de mano en mano. ¿Acertado o no? Juzguen ustedes mismos.

¡No confundir conceptos!

Por ésto que he descrito son muchos los debates acerca de la difusión del conocimiento que se crea en la red. Posiblemente la mayoría coincidamos con Sócrates en que el educador debe hacerlo por vocación y no a cambio de dinero. Sin embargo, ¿significa eso que todo el que cobra por prestar un servicio de este tipo está lejos del ideal socrático?

Ni mucho menos, Sócrates no está diciendo que no se deba cobrar, el filósofo dice que ello no debe ser lo que nos motive a enseñar, pero de ahí a exigir que el maestro viva en la pobreza la cuestión anda lejos. De hecho ante los que acusan a otros por recibir una remuneración a cambio de difundir conocimiento el mismo Sócrates tiene una anécdota que expondré en líneas posteriores. En ella ridiculiza al que considera caro los servicios de un maestro, pues de esta forma es precisamente el que acusa el que está dando poco valor al conocimiento que éste tiene que ofrecer.

Debate en las redes

En los tiempos que corren los debates a este respecto no son pocos. Afortunadamente la red ofrece múltiples servicios gratuitos que permiten que nos enriquezcamos intelectualmente. Pero, ¿qué ocurre cuando alguien cobra por ello? Acostumbrados a que todo cueste poco, salen abanderados en nombre de Sócrates que están dispuestos a gastarse una fortuna en un pantalón, pero consideran que un maestro retirado que se dedique a difundir conocimiento si pretende cobrar por ello está abusando. ¿Irónico quizás?

Sin embargo, no es ese el caso, lo sería si lo único que mueve a ese maestro es el dinero, pero si por contra lo que le mueve es el conocimiento pero necesita un sustento con el que alimentarse la acusación es absurda. Súmese a eso que no es lo mismo dar clases en la plaza pública, sin coste alguno, que en los tiempos que corren, en los que para casi todo hay que pagar un precio.

Así pues, recuerde el lector, antes de continuar, que la premisa de Sócrates se refiere a “qué nos mueve a enseñar”. Si su respuesta fuese el dinero estaría separándose de esta concepción filosófica, pero si lo que le mueve es el amor al saber, pero también quiere sobrevivir, no entra usted en contradicción con ella.

Método de enseñanza

Partiendo de lo expuesto, su método de enseñanza se basó en el diálogo sencillo, con palabras y ejemplos que todos puedan entender. Estas formas y su concepción respecto a la docencia, señalada anteriormente, le llevó inevitablemente a polemizar con los sofistas, venciéndoles con sus propias armas: el arte de hablar. Este último lo practicaba también con sus discípulos, o en el Areópago, pero apaciblemente «no tanto para rebatir sus opiniones cuanto para indagar la verdad».

De tal manera, Sócrates considera que aprende enseñando, pues está junto a quien enseña y camina con él en pos de la verdad. ¿Bonita concepción de la docencia que es necesario recuperar? No pocas mentes a este respecto reclaman la importancia de este método, pero, ¿es realmente aplicable en el momento en el que nos encontramos? Cada cual juzgue y opine a este respecto, quizás el diálogo que tanto gustaba a el protagonista de este artículo aporte soluciones posibles o encienda alguna llama merecedora de mantener.

La sabiduría socrática

También es importante señalar que para Sócrates «solo hay un bien, que es la sabiduría, y solo hay un mal, que es la ignorancia». Pero, ¿a qué se refiere exactamente con sabiduría este ilustre maestro? «Sólo sé que no sé nada» es una de sus afirmaciones más repetidas, ¿paradójico entonces?

Lo cierto es que cuanto más se sabe más se extiende el horizonte del misterio, es decir, cuanto más aprendemos más brechas abiertas aparecen sobre lo que desconocemos. Es por ello que sabiduría, como diría Confucio, es saber lo que se sabe y lo que se ignora y no confundirlo. “Sólo sé que no sé nada” es entonces también la afirmación de quien se despoja de las opiniones, de las creencias, para contemplar cara a cara la Verdad, pasando por el paso previo de la humildad necesaria para descubrirla.

Esto sería bastante para reflexionar sobre qué puede enseñarnos un hombre un tanto especial que vivió hace ya bastantes siglos. Su discurso no ha quedado fuera de uso, sino que las dudas que surgen del mismo siguen siendo fuente de reflexión para la sociedad que somos hoy. Mas hay otros aspectos igualmente destacables del mismo, y ya que he hecho referencia a las muchas anécdotas que nos dejó, o se atribuyen a este peculiar personaje, terminaré con una de ellas, que puede ayudarnos a reflexionar sobre lo hasta aquí expuesto.

Sócrates y dos burros

La tradición cuenta una divertida anécdota que nos sirve al hilo de estas cuestiones. Según ésta, un adinerado ateniense quiso contratar a Sócrates para que educase a su hijo. El filósofo le pidió 500 dracmas por el trabajo, un total que al rico griego le pareció excesivo.

Contrariado, le comentó al pensador: «Por ese dinero puedo comprarme un asno». No obstante, el filósofo no se cortó un pelo y le contestó:«Tienes razón. Te aconsejo que lo compres y así tendrás dos».

Claramente la respuesta es producto de la conocida ironía socrática. Pero sin embargo nos enfrenta a una de las cuestiones esbozadas y sobre la que merece la pena meditar. Tal y como dijo el filósofo, lo que debe movernos a enseñar es la vocación, pero como vemos en la anécdota, desvalorar el trabajo de un maestro es otro error garrafal. Así pues, en el punto medio está la virtud decía Aristóteles. Todos queremos que los servicios educativos sean gratuitos, por su puesto, al alcance de todos, así como los productos culturales, pero no exijamos al escritor, maestro, director de teatro, divulgador, etc, que no cobre por su trabajo, ni le acusemos de no amar la cultura si decide hacerlo. Ell@s también necesitan comer, ¿no creen?

Raquel Moreno Lizana.