“Elogio a la locura” de Erasmo de Rotterdam

Locura y literatura son dos temas que aparecen intrínsecamente unidos ya sea por la fina frontera que existe entre el genio y la insensatez o quizá por la necesidad de poner en boca de personajes locos una verdad peligrosa. La figura del loco se ha convertido en un símbolo de un mundo en crisis y, en ocasiones, el espejo y catalizador de la conciencia crítica de la humanidad. Es ésta una cuestión tan bien conocida por todos que no podía faltar en éste espacio la reseña a una de las obras cumbres que aborda el asunto. Es éste el caso de “Elogio a la locura”, una obra inmensa, controvertida, interesante y altamente moralizadora que situará al lector ante el espejo de sus propias convicciones y realidades más profundas.

El autor: Erasmo de Rotterdam

Erasmo es uno de los humanistas más ilustres de Europa del final de la Edad Media. Nacido en Rotterdam el año 1467 y muerto el 1536, fue toda su vida amante de la libertad, de la cultura y de la paz. Dejó de ello no pocas pruebas en la obra que protagoniza este escrito. Amigo de Tomás Moro, fue a él al que le dedicó el Stultiae laus o Elogio de la necedad (aquí Elogio de la locura) en 1509.

Enemigo de todo fanatismo, éste pensador fue un precursor del espíritu moderno. Su incuestionable erudición y su amplitud de criterios se reflejan claramente en la genialidad de su estilo. Fue un hombre equilibrado, solitario, melancólico e irónico, que aportó una importante crítica al escenario contradictorio de su época en crisis, que se refleja en estas páginas. No obstante su discurso no se limita a la crítica de su tiempo, sino que en obras como ésta encontraremos en su letra una fértil semilla para la reflexión.

La obra como crítica a su época

En la época que critica este autor, el humanismo en boga resaltaba al hombre como centro de la vida y el conocimiento. Pero, a pesar de estas altas expectativas, en la vida real los hombres renacentistas no estaban en una posición privilegiada frente a los de otros tiempos.

Hablamos de un tiempo que fue de extrema complejidad. Por un lado se asumía al hombre como centro de todos los ámbitos. Pero, por otro, ese periodo padecía los excesos de las pasiones y contradicciones humanas que, exteriorizadas en algunos hechos importantes (como la crisis de la iglesia, el auge de movimientos populares igualitarios, etc.), hicieron del Renacimiento un momento propicio, no sólo para expresar la grandiosidad del hombre, sino también para que explotaran todo ese cúmulo de pasiones y contradicciones que hicieron de dicha época una etapa de cambios profundos en la historia de Occidente.

El escenario

Uno de los hombres que pudo comprender mejor este escenario fue Erasmo de Rotterdam. Él entendió que la responsabilidad de las cosas buenas y malas que les sucedían a los hombres era de los hombres mismos, y no de Dios, como se pensaba generalmente en la edad media.

En la sociedad europea de entonces jugaba un papel dominante la iglesia, pero ya en competencia con los monarcas y aristócratas. También habían aparecido nuevas clases sociales de relevancia como los comerciantes, y miembros de otros sectores que habían adquirido mucho mayor relieve en esa época, como los artistas y quienes ejercían ciertas profesiones liberales. Todos estos sectores mostraban las tachas comunes y universales del vulgo humano, pero también estaban presentes las fallas más graves de una minoría, como la corrupción eclesiástica y académica.

El Elogio fue la expresión literaria de la situación del momento. Dicha expresión llegó de la mano de alguien que conocía bien la sociedad, o al menos sus sectores más importantes. Erasmo, que había sido religioso y era teólogo, conocía bien la iglesia, desde sus jerarquías más altas a sus miembros más humildes. También estaba familiarizado con los sectores involucrados con ésta. Su Elogio quería, en primer lugar, figurar como un espejo en el que la sociedad misma se viera reflejada, y así pudiera ver sus contradicciones, errores y debilidades.

El Elogio como vía para la mejora

Pero ésta obra no solo iba a ser un reflejo o una critica a esa sociedad. En ella también estaba implícita una invitación a reflexionar, que a su vez tenía la finalidad de motivar un cambio en los individuos. Erasmo quería influir en los hombres del Renacimiento para que lucharan contra los errores y debilidades que les perjudicaban como seres humanos, errores que se veían reflejados en muchas de sus acciones e instituciones.

En ésta obra Erasmo no está plenamente en contra de aquellos a quienes critica. Cuando señala a los diferentes sectores sociales lo hace no para dañarlos sino para mejorarlos. Con ello le da un sentido real a lo que debe ser una crítica, una herramienta de mejora para los individuos, que parte de la toma de conciencia de los propios errores. La lección, posiblemente, aún está por aprender. Vivimos en una época donde es fácil, sobre todo a través del anonimato de las redes, criticar sin tener en cuenta el sentido último que debe tener esto. El de invitar al otro a perfeccionarse, el de hacer florecer las fallas con intención de corregirlas, pero nunca el ataque gratuito. En el Renacimiento, ya Erasmo se erigió como un maestro de ello, del que aún nos queda por aprender.

Reflexionar sobre la propia condición

El Elogio estaba construido como un conjunto de comentarios que, por satíricos, iban a provocar una reacción en sus lectores. Erasmo suponía eso, tal como lo expresa en documentos posteriores a la publicación de la obra. Pero su intención no era sólo provocar, sino también inculcar en sus lectores ciertas ideas, o motivar su reflexión sobre problemas relacionados con las esferas de poder de ese momento.

Por ello, se puede afirmar que en Elogio y en sus argumentaciones, hay una invitación a los lectores a que piensen sobre su condición. Especialmente en el caso de aquellos más criticados a quienes él planteaba que revisaran su conducta y buscaran realizar su verdadera misión según el alto cargo que tenían. En otras palabras, el mensaje de Erasmo a los teólogos, filósofos, religiosos, autoridades eclesiásticas y académicas e intelectuales era una invitación a regresar al sentido original de sus vocaciones. Algo que nosotros aún reclamamos a otros sectores como el político. Con lo cual ésta obra nos trae también la reflexión sobre nuestro tiempo.

La preocupación por la situación moral de la iglesia no solo era de Erasmo. El clamor por una reforma hacía tiempo que estaba tomando fuerza, y se ponía en tela de juicio el rol de muchos altos prelados y de la estructura eclesiástica en general. Por eso, él dirigió sus críticas más agresivas a este sector, causando molestias a importantes personalidades. Pero también es cierto que hay dos niveles en su crítica, uno personal y otro respecto a las instituciones. Si atendemos al personal, tal y como consiguiera con los hombres de su tiempo, el lector que se acerca a ésta obra puede llegar a verse a sí mismo y los problemas que le aquejan como si se tratase de un espejo.

El papel de la locura

También es destacable el papel que juega la locura en este escrito. En la obra se hace una relación puntual de las “ventajas” de la Locura sobre la Razón. Señala cuán felices son los hombres cuando viven arropados por la necedad, situación de la que no escapan los Gramáticos, los Filósofos, los Teólogos, los Papas, los Obispos Germánicos, los Reyes ni los Príncipes.

La locura se presenta ante un auditorio donde desarrolla un elogio de sí misma, logrando que su sola presencia desarrugue entrecejos y produzca cálidas sonrisas. Enumera una por una sus cualidades, vanagloriándose de que sus muchos beneficios se reparten entre todo tipo de personas: desde el vulgo que se contenta con charlas de viejas, hasta los reyes y eclesiásticos que se embriagan con toda clase de diversiones.

El Elogio es ante todo una obra irónica, en la que se dice lo contrario de lo que parece decirse. Es, pues, un discurso que obliga a convertir todas las afirmaciones en negativo para entenderlas. Para ello nada mejor que traernos una idea de la locura como ingrediente de la vida. De hecho la presenta como fuente de la misma: “Y en suma, a mí, solo a mí, repito, tendrá que acudir ese sabio si alguna vez quiere ser padre…”

Erasmo habla de la Locura no sólo como fuente de la vida sino de cuanto existe de bueno en el mundo. Afirmación que tomada en serio sería para la época una auténtica aberración, tanto en su expresión como en su contenido, al hacer de los placeres sensibles la única y verdadera felicidad. Sin embargo, esta locura más el tono humorístico de la obra permitieron que el autor desvelara verdades muy incómodas, que aún tienen eco en nuestro tiempo, y que hacen literal el hecho de que a veces la locura es más sublime aún que la inteligencia, aunque en éste caso parecen ir de la mano.

Raquel Moreno Lizana.