Entre Sísifo y Camus, el absurdo de la existencia
Albert Camus (1913-1960) en su ensayo titulado El Mito de Sísifo, describe la rutina en la que cada uno de nosotros está inmerso en nuestra vida ordinaria. Cada día nuevo toca despertarse, bañarse, ir a trabajar, comer, dormir… Repetimos esto cada día en estado semi-automático. La rutina no presenta ningún problema aparente hasta que un buen día uno “despierta” y se pregunta: ¿Es posible encontrarle un sentido al curso de mi vida? ¿cual es el motivo de mi obsesión por ganar más dinero? ¿por qué quiero enamorarme? ¿cómo puedo ser feliz?
La realidad es que todas esas preguntar pueden tener respuesta, pero todos sabemos que, al final, no son completamente satisfactorias. Y lo peor de todo es que en un mundo con avances constantes en la tecnología, ciencia, y demás ámbitos del saber, seguimos sin fórmulas concretas para responder a cuestiones de tanto calado. Como búsqueda de estas respuestas muchos han acudido a la religión, sin embargo, esta no aporta respuestas definitivas. Consciente de ello, y también de las dudas señaladas, Camus, a través del existencialismo nos invita a abordar tan difícil situación, ejemplificada con el popular personaje de la mitología griega: Sísifo.
¿Quién es Sísifo?
Según cuenta la mitología griega Sísifo fue quien fundó el reino de Corinto. Ambicionaba el dinero y para conseguirlo recurría a cualquier forma de engaño.
La leyenda cuenta que Sísifo fue testigo del secuestro de Egina, una ninfa, por parte del dios Zeus. En principio decidió guardar silencio, lo contrario suponía enfrentarse al dios de dioses. Pero, finalmente,su padre, Asopo, dios de los ríos, llegó a Corinto preguntando por ella. Fue entonces cuando Sísifo, conocido por su gran astucia, encuentra su oportunidad. Le propuso al padre de la joven raptada un trato: le daría la información de quien había raptado a su hija pero, a cambio, le pidió una fuente de agua dulce para Corinto. Asopo aceptó.
Como es de esperar, cuando Zeus lo supo entró en cólera y envío a Tánatos, dios de la muerte, para que acabara con la vida de Sísifo. La apariencia de Tánatos era terrorífica, pero Sísifo no se inmutó. Lo recibió amablemente y lo invitó a comer en una celda, en la que lo sorprendió haciéndolo prisionero. Como vemos, si algo caracteriza a Sísifo es su enorme astucia y descaro, ya que es capaz de jugar con la misma divinidad. Pero aquí no acaba esta emocionante historia…
Sísifo y Hades
Al tener secuestrado a Tánatos, la astucia de Sísifo desembocó en que por un tiempo prolongado, nadie murió. Así que este hecho provocó la ira de otro dios, que necesitaba de los muertos. El que ahora entraría en cólera es Hades, dios del inframundo. Este último exigió a Zeus (su hermano) que resolviera la situación.
Así pues, Zeus, con dicho objetivo, decidió enviar a Ares, dios de la guerra, para que liberara a Tánatos y condujera a Sísifo al inframundo. Sin embargo, con anticipación, como es de esperar en este singular personaje, Sísifo había pedido a su esposa que cuando muriera no le rindiera honras fúnebres. Y la mujer, cuando se cumplió la venganza divina, cumplió cabalmente con dicha promesa.
De esta manera, estando Sísifo ya en el inframundo, empezó a quejarse a Hades de que su esposa no cumplía con el deber sagrado de rendirle homenaje. Hades lo ignoró al principio, pero debido a su insistencia le otorgó el favor de volver a la vida para reprender a su esposa la ofensa. Como es de esperar, el dios no imaginaba que Sísifo tenía planeado de antemano no regresar al inframundo. De hecho, vivió por muchos años, riéndose de los dioses, hasta que finalmente accedió a ser regresado por Tánatos al inframundo.
El castigo de Sísifo
Estando allí, Zeus y Hades, que para nada estaban contentos con los trucos de Sísifo, decidieron imponerle un castigo ejemplar. Para que ningún otro mortal osara jugar con los dioses. Dicho castigo, consistía en subir una enorme piedra por la ladera de una montaña empinada. Cuando estuviera a punto de llegar a la cima, la gran roca caería hacia el valle, y él nuevamente volvería a subirla.
Esto tendría que repetirse sucesivamente por toda la eternidad con un Sísifo ciego, para que ni siquiera pudiese ver el paisaje, y obligado a hacer de sus días una repetición constante que no dependía de su voluntad. Es aquí donde asoma el absurdo de la existencia que interesa a Camus para ilustrar nuestra propia vida.
La interpretación de Camus
Las interpretaciones de este mito son ricas y variadas, pero la de Camus nos resulta especialmente atractiva teniendo en cuenta el discurrir de la vida moderna. La empatía con este mito tiene una causa evidente para la mayoría de los que se atreven a su lectura, esta no es otra que la situación alienante de los individuos en el sistema capitalista en el que estamos inmersos, que nos lleva hacia una vida muy parecida a la que protagoniza este mítico personaje.
En este sentido el obrero trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo que el de Sísifo. Lo rutinario acaba convirtiéndonos en seres apagados, faltos de chispa. La condena a Sísifo, revela la idea de los “dioses” de que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
A este respecto cabe preguntarse cuántas personas trabajan sin esperanza en este mundo en el que sólo unos pocos privilegiados parecen gozar de una vida aparentemente ajena a este tipo de alienación. Este aspecto no pasa desapercibido al Nobel francés, Camus, que era un tipo ciertamente inteligente, se percató muy pronto del absurdo de la vida, tal vez por eso los humanos acabamos reaccionando, como en El extranjero (otra de sus destacadas obras), de un modo irracional, sin motivos aparentes, sin sentimientos de culpabilidad, con una frialdad espantosa, como verdaderos psicópatas, incapaces de sentir ninguna empatía… por el vecino, el paisano, el otro, en definitiva.
Encarar el absurdo de la existencia
Según esta perspectiva, el absurdo existencial puebla nuestras vidas, y no somos capaces de espantarlo. Por fortuna, a pesar del absurdo de la existencia descrita, este mismo autor aporta luz a pesar de tanta sombra, pues siendo absurda la vida, Camus no nos invita a rehuir a dicho absurdo sino, más bien, a encararlo.
A nosotros ahora esto puede parecernos extraño o improbable, pues nos hemos habituado a evadir toda expresión de negatividad: el dolor físico, emociones como la tristeza o la angustia, los fracasos y los problemas. Todo ello preferimos no enfrentarlo, sin ver, como nos asegura Camus, que hacerlo puede convertirse en el inicio de otra cosa.
Cuando nos damos cuenta de que la vida es absurda, este mismo descubrimiento (en combinación, quizá, con el amor por nuestra propia existencia) nos empuja a rebelarnos en contra de ese absurdo y encontrar una razón por la cual vivir, un sentido en lo que hacemos, una dirección hacia la cual dirigirnos.
Luz en la oscuridad
Mas esta rebeldía no implicará oponerse a la situación tanto como aprovecharla para hacer de ella algo creadora, en el caso de Sísifo, nos cuenta Camus que a pesar de la condena, cuando este llega a la cima debemos imaginarlo feliz, no solo por haberlo conseguido, sino porque tiene un instante de tranquilidad y sabe que el paisaje está ahí, aunque no lo vea. En ese momento, el condenado vence a los dioses, pues estos le condenaron a sufrir y el es capaz de disfrutar durante un instante, venciendo de esta forma parte de esa condena.
Esto implicaría que tanto para Sísifo como para los individuos de la actual sociedad, que sufren la alienación, existe la esperanza de la revolución. Pero, también, que esta se da dentro de cada uno mismo. La propia actitud y la pasión que podamos otorgarles a la vida de cada uno es la que permite que, aun siendo esta absurda, merezca la pena, lo cual invita a pensar que si Sísifo, en este sentido, vence a los dioses, y que la situación alienante que se presenta en nuestras vidas tampoco es invencible. Será por ello que el propio Camus dirá:
“Del absurdo he obtenido tres consecuencias: mi rebeldía, mi libertad y mi pasión. Con el solo juego de la conciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte…”.
Raquel Moreno Lizana.