En los últimos años, la psiquiatría se enfrenta a diferentes críticas. Es patente el debate sobre su condición de ciencia. Así como sobre el enfoque hacia los individuos que supone. En este sentido, es habitual someter a juicio la condición o no de enfermedad de los trastornos mentales. Pero también el tratamiento como solución de los mismos que esta disciplina propone.
Esta crítica ha sido beneficiosa para la misma en cuanto que ha supuesto la necesidad de considerar dos cuestiones de suma importancia. La primera de carácter epistemológico. Que se resumiría en la pregunta ¿cómo se reconoce una enfermedad mental? Y la segunda de alcance ontológico. Que nos plantearía la cuestión de ¿cuál es la verdadera naturaleza de la enfermedad mental?
Debate sobre el concepto de enfermedad
El debate al que nos enfrentamos también afecta en parte al paradigma de la medicina en general. Pues en primer lugar cabe preguntarse cómo se reconoce y cuál es la naturaleza de la enfermedad mental. En este sentido el asunto atañe a toda la disciplina médica. Y es que el concepto de enfermedad no está libre de ambigüedades.
En este sentido es habitual definir la enfermedad como un fenómeno únicamente biológico. Pero con la posmodernidad se ha venido insistiendo en la importancia del factor social en la idea que tenemos de esta. El debate acerca de este asunto tiene como protagonistas dos posturas principales: la naturalista y la normativista.
La primera implicaría proporcionar definiciones de “salud” y “enfermedad” basadas de manera exclusiva en la información disponible a partir de las ciencias biológicas. Pero lo cierto es que el naturalista carece de una base sólida en cuanto a la teoría biológica. Por ello, no satisface su objetivo de clarificar el concepto de enfermedad aludiendo de manera única a factores científicos. Además, desde esta perspectiva los términos de “salud” y “enfermedad” se definirían en relación a la supervivencia y la reproducción. Esto implica asumir estas condiciones biológicas como la meta de la vida humana.
Respecto a ello, cabe dudar de si dicha postura no implica ya de por si un juicio de valor. Pues es sabido que los seres humanos cuentan con otros objetivos más allá de los señalados. Este apunte indicaría, por tanto, que el propio naturalismo no cumple con su misión de definir los conceptos referidos a partir únicamente de datos científicos.
Por otro lado, el normativismo sugeriría precisamente lo contrario. Desde esta posición, los conceptos de “salud” y “enfermedad” reflejarían en gran medida juicios de valor. Estos a su vez responderían a la concepción del estado saludable como el que deseamos y el de enfermedad como el que queremos evitar.
Aun así, esta una postura deberá enfrentarse al problema de que más hay en el término “enfermedad” que una declaración de nuestros valores. Y es que no todos los estados indeseables son una enfermedad. Así pues, esta postura tampoco resulta satisfactoria para definir ambos términos.
El problema como vemos es de gran alcance, y se agudizará aún más si nos enfrentamos al caso de la psiquiatría. Pues sin un concepto claro de enfermedad, si pretendemos atribuirlo a algo como la psique humana, de la cual aún desconocemos mucho, se duplica la complejidad.
El problema para definir la enfermedad mental
En este sentido, es común considerar que existe un nivel de comunicación “normal” en la especie. De esta forma, una persona estará mentalmente enferma cuando esta capacidad está por debajo del nivel referido. Esto implicaría que la enfermedad mental se da cuando interfiere en la comunicación con los otros. Sea como producto de una alteración cognitiva (como en el caso de las alucinaciones o delirios) o de una alteración emocional (como en el caso de la ansiedad, la depresión o la impulsividad).
Aun así, esta definición tampoco esclarece el asunto. Y es que no existe consenso sobre la existencia o ausencia de una habilidad de la especie que pueda considerarse típica para comunicarse. Al igual que la normalidad de las funciones biológicas dependerá de nociones personales y culturales, lo que se considera un comportamiento normal difiere mucho entre distintos contextos culturales, también en referencia al ámbito de la comunicación. El debate por tanto acerca de la naturaleza de la enfermedad mental continúa.
Así, al igual que señalábamos anteriormente en la práctica médica, podemos distinguir dos posturas principales ante esta problemática. Una “convencionalista” que afirma que la distinción entre enfermedad y salud mental se determina en referencia a un marco cultural. Y otra más afín al naturalismo que afirma que en principio la enfermedad mental se debe a causas específicas y es equiparable a la somática.
Partiendo de esta base, es posible afirmar entonces que para explicar la enfermedad mental suelen darse dos tendencias principales.
La más popular hasta los últimos años es de corte empirista. El que es afín a esta corriente aceptará la clasificación de las enfermedades mentales convencionales. Para ello, habitualmente recurrirá a el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” (DSM), publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría.
Este manual pretende posibilitar la investigación empírica de los trastornos. Para ello se basa en clasificaciones realizadas a partir de la interpretación psicológica de los síntomas. Mas cabe decir que un listado de trastornos aceptado por norma general no viene a solucionar el asunto. Aunque ciertamente a muchos profesionales les sirva como guía a efectos prácticos. Tómese como ejemplo el caso de la esquizofrenia cuyo diagnóstico varía dependiendo de la cultura.
Y por otra parte, encontraremos a los partidarios de una visión holística. En ella se atiende a otros factores, culturales, sociales…, en conjunción con lo anterior. Con esto pretende una visión más flexible de los trastornos a los que nos referimos.
Implicaciones del debate para el tratamiento
En este sentido el problema es de largo alcance. Pues, según se entienda la naturaleza de la enfermedad mental, se eligirá el tratamiento. Esto señala la necesidad de una ontología de los trastornos mentales a partir de un análisis crítico de la propia disciplina.
A este respecto, si el trastorno se entiende que responde a una disfunción en el sistema nervioso, se estará dando por hecho la dependencia de los fenómenos mentales a la estructura del cerebro. Esta identificación es algo que estamos aún lejos de poder afirmar. Pero también implica que muy probablemente se acudirá a la química para solucionar estas “anomalías” nerviosas con objeto de poner solución.
A pesar de que en ocasiones el efecto es positivo para el paciente y es muy posible que encontremos una relación de este tipo en la base de algunos de estos casos, lo cierto es que los mismos psiquiatras ante ciertos trastornos de la personalidad prefieren remitir al psicólogo. Y es que aún no contamos con datos suficientes que confirmen que esto es aplicable en todos los casos.
Por otra parte, si atendemos a tendencias conductistas, en estas se reducirán las sensaciones subjetivas del individuo a fenómenos observables, es decir a su conducta. De estar en esta línea se optará por la terapia de conducta. Sin embargo, aunque a veces funcione, tampoco se sustenta sobre una base teórica que nos explique con claridad la naturaleza de la enfermedad mental.
No son las únicas opciones las expuestas. Pero estas bastan para entender que el asunto que tratamos determina en gran medida qué se entiende por psiquiatría. Téngase en cuenta en este sentido que de aceptar el modelo biológico la psiquiatría sería una disciplina exclusivamente médica. Pero con opciones como la segunda, también sería posible considerarla como una rama de la psicología o la sociología. Por ello, el estudio sobre la categoría de la naturaleza de la enfermedad mental nos lleva a la duda sobre el carácter de la propia disciplina.
Implicaciones para la propia psiquiatría
En definitiva la oposición metodológica entre dos enfoques de la patología mental aparece cada vez más como la discusión principal para la reorganización del saber psiquiátrico. Pero el problema no es de fácil solución.
Por una parte, un enfoque categórico, que se basa en la clasificación aceptada convencionalmente de las enfermedades, no evita estos problemas. Pero igualmente, otro enfoque dimensional que procure atender a las diferencias cuantitativas de un mismo sustrato tratando de diferenciar niveles de intensidad, tampoco lo soluciona ni se basa en fundamentos científicos que permitan esclarecer el asunto. Seguramente en la integración de ambos, entre el empirismo y la reflexión, es muy posible que la verdad se encuentra en alguna parte.
Lo cierto es que, no resulta suficiente el reduccionismo del fenómeno mental a la disfunción del sistema nervioso. Por ello, se abre paso irremediablemente una psiquiatría crítica de los modelos hasta ahora en marcha. En consecuencia, la búsqueda de los sistemas diagnósticos están ahora en entredicho por más que sigan en uso.
Frente a ello, se presenta una gran variedad de alternativas. No obstante, el problema se agudiza aun más debido a la abundancia de estas.
Problemas en el diagnóstico
En cuanto al diagnóstico podríamos resumir las tendencias igualmente en dos, que dependen del método y su filosofía de base. Un método consiste en el análisis factorial confirmatorio, según un enfoque positivista cuantitativo. Otro método consiste en la metasíntesis de temas según un enfoque interpretativo cualitativo.
El primero anda en la línea de una práctica naturalista y a veces positivista. Y el segundo es afín a una visión hermenéutica que atiende al contenido específico, partiendo de la base de que el ser humano no puede verse reducido a una perspectiva naturalista. Esta segunda tendencia es precisamente la que abre la posibilidad a establecer una relación con la filosofía existencialista. Y es que ésta, sin negar la dimensión natural que forma parte del ser humano, puede ofrecer una perspectiva más amplia en cuanto a su existencia, y con ello de los fenómenos que se dan en su psique.
Visión hermenéutica
La cuestión sobre los problemas que están relacionados con la necesidad de afinar mucho más los diagnósticos psiquiátricos se ha respondido habitualmente de dos maneras. A través del método estadístico (análisis factorial confirmartorio) o interpretativo (que podríamos llamar meta-síntesis de contenidos).
Importa señalar que no se trata de que una respuesta es científica (supuestamente la estadística) y la otra no. Ambas son científicas de acuerdo con los paradigmas en el que se inscriben.
El primero adopta el método positivista para la psiquiatría y psicología. Estas serían entendidas como ciencias naturales. Mientras que el segundo adopta el método hermenéutico (contextual) de las ciencias humanas. A las que, según esta perspectiva, en realidad pertenecen la psiquiatría y la psicología.
La cuestión aquí es reconocer que tanto la psiquiatría como la psicología consisten histórica y epistemológicamente en dos disciplinas, enfoques o paradigmas, con hegemonía de uno sobre otro. Pero que también están condenados a reconocerse y entenderse, aun cuando no es fácil su compatibilización.
El enfoque hegemónico sigue siendo el biomédico. Pero a su vez han sido sus límites los que han originado la discusión referida. Por ello es que se reivindica un cambio en la dirección hermenéutica cualitativa. Más que una nueva hegemonía, quizá sería conveniente apostar por su integración. Pero no es fácil, debido no sólo a sus distintos métodos (cuantitativo y cualitativo) sino a la diferente filosofía de base.
Por lo que aquí respecta, se asume que la psiquiatría y la psicología son ciencias humanas, además de ciencias naturales, como se ha asimilado en mayor grado en favor de su prestigio.
Su asimilación como ciencia natural se ha apoyado principalmente en el método positivista y en las neurociencias. Esto ha sido hasta ahora altamente productivo para el avance de nuestro conocimiento al respecto. Pero al mismo tiempo ha llevado a la crisis actual. Y es que su objeto de estudio, la psique y la vida humana, son difícilmente reducibles a los datos de este tipo. Quizás sea por ello que su discurso ha resultado incompleto.
Esto es precisamente lo que ha dado lugar a que se vuelva la mirada hacia filosofías como la existencialista. Esta nos permite una visión más amplia del ser humano. Los filósofos de esta corriente se preocupan particularmente por el problema de la existencia humana. Mas no lo abordan a través de la observación empírica sino de la reflexión filosófica.
En definitiva, se interesarán por los fenómenos que experimenta la psique humana para a partir de ello tratar de comprender e interpretar su pensamiento. Dada la problemática que estamos tratando será especialmente productivo acudir entonces a uno de sus máximos exponentes (conocido como padre del existencialismo): Søren Kierkegaard . Sus estudios sobre la angustia pueden esclarecer en parte la problemática si aplicamos lo que nos dice a los casos de la depresión y la ansiedad. Son estos dos de los trastornos más complejos en este sentido, en cuanto a la dificultad de limitar el diagnóstico sobre las mismas.
Ansiedad y depresión
¿Por qué la ansiedad y la depresión son los problemas y diagnósticos más frecuentes en la clínica? ¿Por qué en algún momento en todas las condiciones clínicas cualquiera que sea el diagnóstico siempre están presentes la ansiedad y la depresión? Porque son ante todo formas humanas de estar mal cuando el mundo se vuelve de revés.
Es posible que las dificultades que presentan estos “trastornos” se deban a que debemos reconocer que la ansiedad y la depresión son, antes que categorías clínicas, categorías existenciales. Esto implicaría que son experiencias y condiciones de la vida que ponen de relieve nuestro modo de estar en el mundo. Es decir, son categorías existenciales antes que clínicas, tanto en términos históricos como biográficos.
La angustia en Kierkegaard
Históricamente la angustia tiene su entrada en la filosofía con Kierkegaard, en su obra El concepto de angustia de 1844. Aunque el discurso del danés se da desde un contexto religioso la angustia de la que nos habla incluye a la del individuo moderno. Ese que está cada vez más desvinculado de estructuras y visiones del mundo que den seguridad.
Desde su percepción, la angustia surge ante la posibilidad en tanto posibilidad como “vértigo de la libertad”. El vértigo ante un abismo, dice Kierkegaard, viene tanto del abismo, como de uno mismo que lo contempla. La angustia implica tentación y soledad, supone un “quedarte solo ante el peligro”. Perdida la inocencia y caído uno en el pecado de la libertad, la angustia muestra que el ser humano se enfrenta a la tarea de devenir uno mismo.
No será el único en tratar el asunto, también la angustia sirve a Heidegger en Ser y tiempo, de 1927. El alemán la entiende como categoría filosófica que pone al descubierto la verdadera condición del ser humano. Esto es el Dasein, como ser ahí, sin las seguridades acostumbradas. Por su parte, también Sartre plasma en La náusea, de 1938, la contingencia de la vida y la consecuente angustia de este hecho a través del protagonista de esta obra.
La depresión en Kierkegaard
Por su parte, la depresión tiene su entrada en la filosofía también de parte de Kierkegaard en su obra La enfermedad mortal. Publicada en 1849, este escrito es un tratado sobre la desesperación.
La desesperación se refiere sobre todo a la indecisión que mantiene a uno paralizado. Esto implica que el individuo siente no poder librarse de los propios pensamientos y pesadumbres de los que se alimenta. El desesperado en el fondo desespera de sí mismo. Además, el aburrimiento como trasfondo de la depresión es también una categoría existencial de Heidegger. Se refiere al aburrimiento como tedio vital y aborrecimiento, vacío, fastidio y hastío como se presenta el mundo en su reverso melancólico. Y también, no por casualidad, Sartre propuso “melancolía” como primer título de la novela que finalmente se titularía La náusea.
Diagnóstico clínico VS Crisis existencial
En definitiva, lo que estos autores señalan es que en términos biográficos, la ansiedad y la depresión son también antes que diagnósticos formales (y sin dejar de serlo por ello), problemas de la vida. Con lo cual suponen pérdidas, conflictos, decepciones, frustraciones, agobios, incertidumbre. En conclusión las consecuencias de lo que los autores señalados llamarían una “crisis existencial”. Otra cosa sería que estos malestares tomen hoy una forma clínica. Lo cual ocurriría de acuerdo con el predominio que la ciencia tiene sobre otras concepciones del sufrimiento humano como la religiosa, la existencial o la moral.
De esta forma, las circunstancias que la ansiedad pone de relieve tienen que ver con alguna ruptura en la seguridad de nuestra vida. Se daría cuando una relación, el ajuste familiar, los proyectos de la vida… dejan de ser razonablemente seguros y, por el contrario, devienen inseguros o se rompen. Sentimos entonces que nos dejan ahí (Dasein), al descubierto, a la intemperie, en la incertidumbre, preocupados, teniendo que hacer algo sin estar claro qué ni cómo.
En tal situación nos sentimos expuestos, y en la toma de conciencia de esa situación aparece la ansiedad. Supone así la ansiedad en su raíz un miedo y un vértigo por quedar uno libre de la seguridad acostumbrada. Es este el vértigo de la libertad del que nos habla Kierkegaard.
Por otra parte, las circunstancias que la depresión pone de relieve serían muy parecidas a la ansiedad. Estas estarían relacionadas con la pérdida o alejamiento de algo valioso que realmente nos importa. Cuando aquello que daba sentido a nuestra vida se pierde o pierde valor, la vida no parece tener sentido, pierde su dirección y significado. Como resultado, uno se encuentra desganado, desvitalizado y hasta el propio cuerpo parece un obstáculo. Surge entonces la depresión.
Hasta aquí cabe decir que encaja bastante bien una perspectiva existencial con lo que entendemos por ansiedad y depresión. Pero cabe preguntarse, ¿qué hay de otros trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia?
Esquizofrenia desde una perspectiva existencialista y fenomenológica
En este sentido seguramente dependerá de cómo se enfoque. En el caso de esta enfermedad, desde esta perspectiva es quizá hora de repensar la esquizofrenia como una crisis general de la experiencia del mundo y de sí mismo.
Esto supondría ir más allá de la de la idea de una “enfermedad de origen genético”, reducida a un manojo de síntomas. Y es que, sin ser incompatible el hecho de que existen factores cerebrales y genéticos que ayuden a la aparición de los mismos, la experiencia íntima y vital del individuo y los factores sociales en los que está inmerso no dejan de jugar su papel. Por ello, es necesaria para su comprensión una visión más amplia. A ello puede aportar bastante el tipo de análisis fenomenológico y existencialista que estamos señalando.
Hay algunas razones para pensar la esquizofrenia en el contexto de la persona y sus circunstancias. Es decir, desde la biografía más que de la neurobiología. Entre ellas, algunas destacables son:
- la alteración del yo y la persona que implica en su esencia.
- El comienzo juvenil (en la mayor parte de los casos). Esto no sería casual , pues es un momento crítico en relación con la constitución de la identidad y la posición en el mundo.
- La mayor incidencia entre inmigrantes de sociedades tradicionales en ciudades modernas, pues la necesidad de adaptación lleva a repensar la identidad propia.
- O la sensibilidad a la psicoterapia que experimentan muchos de los pacientes
Factores de este tipo señalan la posibilidad de que un enfoque únicamente naturalista no sea suficiente. Por ello, atender a otras perspectivas es posible que complemente lo que ya sabemos en términos biológicos. Lo cual nos ayudaría a avanzar en el conocimiento de la psique.
Aportación del existencialismo al problema psiquiátrico
Esta perspectiva existencial puede parecer extraña a los estándares clínicos. Pero también es cierto que hay un renovado interés como resultado de la crisis y el debate abierto en la disciplina que hemos señalado.
En definitiva, lo que vemos con lo expuesto es que aun cuando los clínicos no suelen utilizar categorías existenciales, sus pacientes tienen más que nada problemas de la vida suficientemente “enredados” como para buscar y necesitar ayuda profesional.
Desde una perspectiva existencialista, entonces, se produce una mayor cercanía con el protagonista que sufre los trastornos. Pues más que colocarle una etiqueta estamos intentando que desenrede un nudo que cualquiera podría tener. Con ello, se está presentando el problema psiquiátrico como una alteración de los problemas vitales que el individuo no ha sabido resolver. Mas no hablamos de algo que sea ajeno al resto de individuos. Lo cual contribuye a la normalización del protagonista que se enfrenta a este tipo de problemas y evita la estigmatización del mismo.
Trastorno en la biografía
Ahora bien, cabe decir, que el hecho de que los problemas psiquiátricos o psicológicos sean antes que nada existenciales, situaciones límite o crisis, no quita su condición clínica. Esto lo que implica es situarlos en otra perspectiva: más en la vida y la biografía que en la biología.
Sin embargo, también puede ser productivo reflexionar hasta qué punto estas experiencias y condiciones son problemas clínicos o problemas de la vida o existenciales. Es decir, modos de estar mal, inquietos, preocupados, reflexivos, tristes, que revelan las circunstancias en las que estamos atrapados. Todos pasamos por ello. Pero, ¿cuándo estos problemas de la vida empiezan a ser problemas psicológicos que nos llevan a afirmar que la persona tiene un trastorno?
De la crisis existencial al círculo neurótico
Sin que haya un momento puntual ni un criterio preciso, se podría decir que los problemas psicológicos empiezan a consolidarse cuando esas experiencias ya no sirven para solucionar la situación a la que el individuo se enfrenta. Por el contrario, uno entra en un proceso de rumia (más que de reflexión), de preocupación reiterada (más que de resolución) y de evitación (más que de afrontamiento). Lo cual desemboca en un bucle o “círculo neurótico”.
Finalmente el problema no está ni dentro de uno (cerebro o mente), ni fuera (estrés ambiental, cultura…). Es uno el que termina por estar inmerso una situación. Una situación resultante de las circunstancias que nos acaecen. Así como de lo que hacemos y dejamos de hacer en relación a ellas, según nuestro modo de ser y personalidad.
La noción de situación como alternativa a la noción de enfermedad mental hace referencia a una configuración de circunstancias, eventos, experiencias, respuestas fisiológicas, actividades neuronales… Todas en conjunto terminarían por constituir un bucle de retroalimentación negativa y causalidad circular.
De esta forma, los posibles circuitos neuronales “averiados” formarían parte de este conjunto. Con ello, dejarían de aparecer como causas únicas y referentes que determinan la investigación según el modelo biomédico. Así, la situación patógena está en necesaria relación con la vida que se convierte en un bucle y en la que la persona no sabe o no encuentra salida a su situación.
De esta forma, no cabe entonces que se vea reducido su estudio a aspectos somáticos. Y de igual manera, su solución no pasa por la química como única alternativa. Estamos hablando de una red que incluye más elementos.
De tal manera, un enfoque fenomenológico y hermenéutico podría suponer una perspectiva más amplia. Pero no necesariamente supone el rechazo de la anterior, sino el punto medio. De hecho, ambas podrían complementarse. Pues mientras que por una parte se atiende a los síntomas también se pone el punto de mira en el ser en el mundo. Lo cual implica la subjetividad del individuo más allá de los síntomas referidos.
La persona en Kierkegaard
En definitiva, Kierkegaard y con él la corriente existencialista representan un enfoque no naturalista de conceptos de gran alcance para el saber psiquiátrico, como la ansiedad o angustia. Y es que estas sería un estado de ánimo que no implica únicamente un trastorno psiquiátrico. También serían un estado del individuo que no puede ser eliminado.
Esta concepción implicaría que las características constitutivas del ser humano no se reducen al aspecto biológico o social. Seríamos un ser que debe enfrentarse a su propia libertad a partir de su capacidad reflexiva. Por ello la respuesta a estos problemas no podrá hallarse a través de la investigación empírica tanto como a través de la introspección.
Estos aspectos son los que supondrían la limitación del enfoque de la psiquiatría naturalista, en cuanto a que tiene en cuenta el factor social y el biológico. Pero el existencialismo se ocupa de la persona, que constituye y determina la forma de existencia del individuo.
En consecuencia, el ser humano sería definido por la corriente existencialista como una síntesis biológica y psicosocial que es regulada por el yo (que en su conjunto son la persona). Así, son la autorreflexión y la libertad humanas las que regulan los aspectos naturales y sociales. De tal manera, reducir este fenómeno humano a lo físico o a lo mental implicaría el descuido de lo que es constitutivo del ser humano: la persona.
Esto tiene como consecuencia una importante paradoja. Y es que desde esta perspectiva, la angustia es la consecuencia inevitable de esa capacidad reflexiva y de elección. Este hecho implicaría que, desde este punto de vista, los pacientes que presentan trastornos como la ansiedad, no deben ser tratados únicamente en un sentido médico, sino que deben enfrentarse al problema mediante la autorreflexión.
En este sentido la persona con ansiedad o igualmente con depresión debe escoger (pues su condición de ser libre es la que le lleva precisamente a ese estado) entre enfrentarse al problema o aliviar su ansiedad mediante fármacos. Esta última posibilidad implicaría, desde la visión de Kierkegaard, renunciar a las propias respuestas a los problemas que plantea la existencia y en ese sentido vivir una vida irreal.
Dilema ético como consecuencia de la visión de Kierkegaard
En este aspecto se nos presenta un dilema ético de no poca importancia para la práctica de la psiquiatría. Y es que siendo la depresión y la ansiedad características intrínsecas al ser humano debe admitirse que el tratamiento puede llegar a constituir una violación de los derechos del paciente. Sobre todo si es farmacológico.
De esta forma entonces, solo habría que recurrir a este tipo de terapias en caso de trastornos en los cuales la ansiedad y la depresión son indiscutiblemente patológicas y no existenciales, como en el caso de la psicosis maníaco-depresiva. En otro caso el tratamiento farmacológico solo sería aceptable de acuerdo con la libre elección del paciente.
En el término medio está la virtud
Si atendemos a lo expuesto, esta visión hermenéutica no implica el rechazo a una actitud empírica. Pues acepta al ser humano en su aspecto biológico. Sin embargo, si que supone un complemento para la psiquiatría en cuanto que se centra en el concepto de persona, que en última instancia es la característica constitutiva del ser humano.
De tal forma, aunque es necesario conocer las alteraciones anatómicas y fisiológicas, también lo será atender a la forma en la que el paciente se relaciona con la propia enfermedad. Con ello se atendiende no solo a los aspectos objetivos sino a la subjetividad del paciente.
Así la crisis de la psiquiatría que explicamos al principio respondería al intento de entender al individuo en un marco principalmente naturalista. Esto no permitía analizar de manera satisfactoria una visión más amplia. Seguramente en la conjunción entre ambas perspectivas esté el camino para el avance en el conocimiento de la psique. Y con ello, el acercamiento a un tratamiento más eficaz para algo tan complejo como los problemas en los que se ve sumergido la mente humana.
Raquel Moreno Lizana.
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